Cavernas, 30.03.08

A pesar de los esfuerzos de nuestros preclaros políticos por hacer gala de ese invento de fines electoralistas llamado paridad, consistente esencialmente no en otro asunto que en contrariar las enseñanzas del maestro Guillermo de Ockham duplicando innecesariamente los entes aludidos –“niños y niñas”, “ciudadanos y ciudadanas”, “diputados y diputadas”, y así en un interminable y fatigoso etcétera-, parece que las estructuras sociales se muestran bastante impermeables a las pantomimas protocolarias de nuestros estadistas, de modo que las cosas siguen como estaban hace años: fatal, o sea.
En el gaditano hospital de San Rafael las enfermeras quieren ponerse los pantalones pero no se lo permiten. El pantalón, como el brandy Soberano, es cosa de hombres. Para las féminas se ha designado un atuendo ejemplar a la par que discreto: falda, cofia y leotardito, como toda la vida. Eso sí, en palabras de Carmen de Porres, Secretaria Provincial del Sindicato de Enfermería, parece que la falda se hace cada vez más corta y el escote más generoso; a saber para placer de quién. A las aguerridas mozas que se atreven a desairar la orden se les aplica un ejemplar castigo: reducción de sueldo, que para eso están las nóminas de las mujeres; mucho pedir es que siquiera cobren, cuando lo natural sería que estuvieran en la casa, tejiendo jerseys y preparando el puchero, para recibir alegres y gozosas –y con falda, claro está- al pater familias. Lo raro es que a las revoltosas interfectas no las cojan y las arrastren por los pelos, como en tiempos de los Picapiedra, para hacerlas entrar en razón.
Parece mentira que a estas alturas de la peli andemos todavía con semejantes restricciones… y sobre todo con semejantes escarmientos. ¿No sería más sencillito dejar que cada quien elija su uniforme entre falda y pantalón según su comodidad y criterio? ¿Puede tolerarse que una empresa que presta un servicio público se pase por las corvas la Constitución, incurriendo en una actitud y en una penalización claramente ilegales por discriminatorias? ¿Hasta cuándo habremos de seguir sufriendo y tolerando estas perspectivas cavernarias? Dicen, y será verdad, que estamos en el siglo XXI… pero yo no me lo creo.

Bosque apagado, 27.03.08

Corren malos tiempos para el cine. Y no me refiero en esta ocasión tanto a la calidad de los productos que se exhiben en las salas como a las jornadas que negras parecen agolparse últimamente, dado que en pocos meses hemos perdido a algunos de los cineastas más relevantes del contexto europeo. En mitad de semejante panorama, a nadie debería escapársele que la marcha de Rafael Azcona supone un duro golpe para el de por sí exangüe pedigrí del cine español. De nuestra memoria de cinéfilos y de españoles entre el amor y el odio es imposible borrar la huella dejada por aquellas cintas en que Berlanga retrataba con ternura e ironía demoledoras la crudeza de una balbuciente sociedad que a duras penas emergía de una nefasta guerra civil, debatiéndose entre la pobreza, la inocencia, la violencia y la incomunicación. Siguiendo la estela de ese impagable milagro que se llamó Bienvenido Mr. Marshall, concebido a comienzos de los férreos años 50, Luis García Berlanga dio a la luz otras dos obras, tan maestras o más que la anterior: Plácido y El Verdugo. Lo que no suele recordarse tan habitualmente es que estas dos películas no serían lo que son sin los dos guiones impecables que firmó Rafael Azcona, quien previamente había demostrado su magnífico hacer en, posiblemente, dos de los trabajos más notables de Marco Ferreri: El Pisito y El Cochecito –la descarnadamente brutal La Gran Comilona estaba aún por llegar–.
No parece exagerado afirmar que una porción importante de la dignidad del celuloide español reposa en la labor callada, genial y generosa de Azcona. En este cine patrio nuestro en que hemos atravesado sin solución de continuidad tenebrosidades de milagros infantiles, cortejos trasnochados de gitanas y payos, estomagantes pasteles de actrices-cantantes, lujurias anorgásmicas de machos reprimidos, destapes vergonzantes y zafias fornicaciones sin tasa… los guiones de Azcona han logrado sobrevivir en ese proceloso piélago de inmundicias varias y ofrecer el mínimo –o más bien el máximo– de calidad sin importar la época ni las circunstancias. Para que luego algunos nos cuenten eso de que en ciertos años sólo podían rodarse ciertas cosas. Ja. No es de extrañar que el propio Azcona, en entrevista que le hiciera Luis Alegre hace poco más de un año, declarara que la posguerra española llegó hasta los tiempos de Tejero; yo me atrevería a decir que, en muchos aspectos –el cine entre ellos-, hasta mucho más cerca.
Surreales, jocosos, agridulces, siempre lúcidos, los guiones de Azcona desgranaron como pocos una manera “española” de ser que, para bien o para mal, se está desmadejando. Esa idiosincrasia que poco a poco, pero perceptiblemente, se extingue fue tal vez la única y débil señal que Rafael necesitó para entender que su misión en este particular “bosque animado” estaba ya más que cumplida.

Dignidad, 23.03.08

En uno de estos días se dejaba constancia en las páginas del Diario de Cádiz, con alarmante titular, de un drama latente en el centro mismo de nuestra ciudad: “El botellódromo se degrada”, rezaba la noticia. Las pintadas en la Punta de San Felipe, además de la suciedad y los destrozos en el, por lo demás, precario mobiliario de la zona –esencialmente unas mamparas protectoras– no sólo van en progresivo aumento, sino que parecen ajenos a los cuidados municipales.
No reincidiré en las implicaciones del término botellódromo, sobre el que ya me explayé a gusto en este espacio hace algunos meses, aparte de que en este momento lo que parece suponer auténtica gravedad es el desastroso estado del lugar en cuestión. Hay quien se preocupa de que el escenario no resulta lo suficientemente higiénico para las antihigiénicas actividades que allí se desarrollan: bolsas de plástico, cascos de botellas y porquerías varias directamente relacionadas con las inocentes reuniones juveniles noctámbulas y noctívagas –que decía el poeta– proliferan por doquier. Asimismo, las mamparas de protección ya han debido reponerse, dado que habían sido previamente dañadas. Penoso decorado para una actitud igualmente lamentable. Hay quien se preocupa, pues, de que quienes ensuciaron y despedazaron con anterioridad no tengan la oportunidad de volver a ensuciar o despedazar impunemente: una preocupación tan legítima como otra cualquiera, claro está, aunque a mí se me antojan más acuciantes otras carencias de género bien diferente, más relacionadas con problemas sociales de evidente urgencia que no parece necesario enumerar.
En todo caso, lo que sí parece necesario es subrayar que en este país la diversión precisa del destrozo y el alcohol para ser tenida como tal. Los jovenzuelos del botellón participan no sólo de la vergonzante permisividad de sus papás, amparada en un progresismo mal entendido, sino incluso del ejemplo de los adultos que deterioran las playas en malolientes y masificadas barbacoas o envilecen con vómitos y desperdicios las calles gaditanas con la excusa de cualquier concentración festiva, llámese Semana Santa o Carnaval. Lo que aquí se degrada no es el botellódromo, sino la dignidad.

Doctores y asesinos, 17.03.08

Me hallaba yo dispuesta a escribir un comentario chusco sobre esta maratón que, en torno al personaje del Dr. House, ha tenido lugar en la FNAC de Sevilla hace unos días; una maratón de la que ha resultado vencedor un gaditano, Nicolás Ballesteros, entre miles de aspirantes de toda España a llevarse el goloso premio: un viaje a Los Ángeles. El asunto no fue moco de pavo (y no me refiero al irlandés eurovisivo): los finalistas del asunto permanecieron encerrados durante más de dos días sin dormir ni hablar con nadie, tragándose impertérritos setenta capítulos de la serie plagados de punciones lumbares, enfermedades tropicales, esclerosis tuberosas y demás galanterías propias del Hospital Princeton-Plainsboro, sin contar con las cortantes respuestas concentradas de House. Una admite abiertamente que la serie de marras le gusta, pero creo que compensa pagar los 600 euros que cuesta el billete a L.A. y no pasar por tal tortura. Ya sólo cabe esperar que Ballesteros no se ponga malito en las Américas y tenga que acudir allí al amigo Laurie.
El caso es, decía, que me hallaba dispuesta a escribir sobre estas cosillas amenas, cuando el humor se me cortó de cuajo: me entero de que ese mismo día han sido dos, no una sino dos, las mujeres que han muerto a manos de sus parejas, en esa escalada brutal y abominable que se ha dado en llamar “violencia de género”, y que yo más bien tildaría de “terrorismo doméstico”. Escucho esto con dolor e indignación –porque estas muertes también deberían dolernos e indignarnos– al tiempo que leo en la prensa que 160 casos de maltrato se encuentran detenidos en los tribunales porque unos cuantos jueces han presentado un porrón de cuestiones de inconstitucionalidad contra la LVG; inconstitucionalidad que en otros casos y a diario se pasan estos señores por el arco de triunfo. Probablemente se trate de los mismos jueces que dictaminan que una víctima viva por fuerza en el mismo domicilio del maltratador, que dejan a las víctimas sometidas al terror sin protección alguna, que estiman que una mujer puede ser violada si lleva minifalda. Malo es velar por asesinos. Mejor no pensar qué pueden hacer algunos de estos jueces cuando cruzan el umbral de sus casas.

La Filmoteca y su circunstancia, 14.03.08

Parece ser que al fin se reanuda la actividad de la Filmoteca de Cantabria en la última semana de marzo, después de diez meses de silencio y cierre. La causa de la suspensión de la programación en un espacio cultural que contaba con una notable acogida entre el público de Santander fue en apariencia insustancial… o no tanto: la sala en cuestión no contaba –inexplicablemente, dado el carácter de las instituciones implicadas– con la debida licencia municipal de apertura y autorización para la actividad desempeñada. Tiene guasa que las instituciones oficiales se pasen por el arco de triunfo una normativa que se exige con rigor a todo establecimiento de nueva creación. El caso es que, para más inri, la supuestamente grave ausencia de esta preceptiva autorización no impidió el funcionamiento de la sala desde 2001 a 2005, en que las denuncias de los vecinos de las inmediaciones por causa del ruido acarrearon la apertura por el Consistorio de un expediente de tramitación de la licencia de marras, que implicaba la consiguiente necesidad de remodelar la sala. El Gobierno entonces se pone estupendo y se niega a cumplir tales exigencias, aduciendo en los tribunales indefensión ante el Consistorio. Mejor no imaginárselo. Todavía después de todo esto, y en mitad de tan ridículo partido de ping-pong, la sala siguió funcionando en precarias e ilegales condiciones, hasta que en junio de 2007 se cierra. En resumen: hemos asistido a una desavenencia jurídica que en realidad más bien parecía encubrir un penoso y surrealista enfrentamiento entre instituciones de diferente color político, a la par que una chapuza de singular calibre de esas a las que por estos lares ya estamos más que acostumbrados.
Los grandes perdedores de todo este asunto han sido, como siempre, los de a pie. Sin contar con los innecesarios y desproporcionados gastos que ha generado para el bolsillo de los ciudadanos este complejo y absurdo proceso de “tocamientos” y malentendidos (el dinero de nuestros impuestos también parece ser, como nuestra amada Cantabria, infinito), los asistentes habituales a la Filmoteca se han visto privados durante diez meses de un atractivo servicio cultural por la mala cabeza de los gestores implicados, menos interesados en la iniciativa en cuestión que en la foto de prensa correspondiente: así nos luce el pelo en este país –por no decir en esta región, no vaya a pensarse que personalizo–. Y es que para este servicio cultural, que no sólo acogía cine, sino también producciones escénicas y algún que otro concierto, en ningún momento se ha buscado un espacio alternativo que pudiera servir de “sustituto” provisional con el mismo espíritu y de manera sostenida mientras se desfazía el entuerto. Todavía ahora estamos temerosos, aguardando que se abra la caja de Pandora y se desperdigue alguna otra calamidad en la rueda de prensa que próximamente se nos avecina.
Por otra parte, es de esperar que la programación resulte más encauzada y selecta que en los últimos tiempos previos al cierre, en que, salvo excepciones, lo que dominaba era un pêle-mêle insoportable de ciclos difusos y mezclados sin venir a cuento, proyecciones dispersas y una poco edificante reincidencia en títulos no siempre afortunados que habían pasado por las salas comerciales en la quincena anterior. Una filmoteca no debe ser un local crematísticamente rentable sino un servicio cívico inteligente, de modo que ojalá con la calma de las aguas retorne el buen gusto a un espacio que, durante un periodo de su existencia, aportó pasajes de auténtico interés a la cultura cinematográfica de esta ciudad.

Cave catum, 11.03.08

-No me gusta nada su aspecto -dijo el Rey-. Sin embargo, puede besarme la mano si quiere.
-Mejor no -observó el Gato.

Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll

Prácticas de riesgo, 05.03.08

Hace unos días se paseaba por Santander el escritor Álvaro Pombo, haciendo gala de su reciente condición de candidato en el seno de las filas de ese nuevo partido cuyas siglas son UPD. El novelista venía al Paraninfo de la Universidad de Cantabria a presentar su propuesta a los santanderinos, al tiempo que, en una de sus ya habituales “astracanadas” –es un decir–, afirmaba contundente que esperaba no salir elegido, dado que lo suyo no era la política. No deja de sorprender semejante aseveración en el número uno de la lista de UPD para el Senado. ¿Tan poca fe deposita el señor Pombo en las huestes de su partido, que opina que ni siquiera encabezándolas con su preclaro verbo obtendrán un resultado decente? ¿Qué significa en realidad para don Álvaro la posibilidad de la experiencia senatorial? Aquí sólo caben dos posibilidades: o el bueno de Pombo está documentándose “de tapadillo” para una nueva novela ambientada en las mansardas del madrileño Palacio de Montalbán –qué horror– o bien se está cubriendo las espaldas por si acaso, que lo de ser político en estos tiempos es práctica de alto voltaje; como mínimo, te arriesgas a que un paisano tuyo –Eduardo Noriega, por ejemplo– quiera matarte en un lugar tan grotesco (para estos menesteres, se entiende) como la bella Plaza Mayor de Salamanca… o junto a nuestra nunca bien ponderada Grúa de Piedra, por aquello de introducir una exótica variante local.
Después de todo, tal vez se trate, simplemente, de que lo que ahora está de moda es dedicarse a cualquier cosa menos a lo que se supone que uno se tiene que dedicar. Porque no se dirá que no asusta esta tendencia ultimísima de las Universidades –la de Cantabria no es una excepción– a meter con calzador la política en su entorno, cuando lo estrictamente esperable de la Universidad, como buena alma mater que se le ha otorgado ser, parece la adecuada nutrición espiritual de sus alumnos lactantes… La Universidad se entrega, en cambio, a facilitar la propaganda natural perseguida por los aspirantes al control de la res publica, en la misma medida en que los novelistas se dedican a encabezar listas políticas que les importan "un figo" –en palabras de Berceo–. Al fin y al cabo, en un mundo en mutación perpetua en el que hasta los filósofos más vetustos a la par que reputados se ocupan en detallar sus multilingües experiencias en el catre como si tal cosa (al amigo George Steiner le han aconsejado pésimamente su editor o sus decrépitas hormonas), ya no pinta feo ir de rebajas, incluso en los almacenes de lo intelectual. La cuestión es reciclarse a cualquier precio, incluso siendo este precio más moral que crematístico. La mezcolanza de política y cultura, tabú sagrado donde los hubiere, amén de práctica de riesgo ético por los siglos de los siglos, ha dejado paso a un amigable intercambio de fluidos que no sólo no está mal visto sino que hasta se antoja plausible. Cosas de la contemporaneidad.

Bufonadas, 03.03.08

Por mis noticias, ciertos "personajes" están ya movilizándose. Hay páginas web habilitadas ex profeso para ello (omito dar direcciones), y un clima insano que se está propiciando desde determinados ámbitos. Me refiero a los grupos de protesta por la presencia de Leo Bassi en Cádiz, que el 20 de abril llegará al Teatro Falla con su polémico montaje La Revelación. Una situación que no me resulta desconocida, pues la viví ya en Santander, con motivo de la representación del mismo espectáculo en esta ciudad. En aquel día de diciembre de 2006 recuerdo que acudí al teatro con miedo: miedo de sufrir alguna agresión por parte de quienes se habían erigido en defensores de la ley y el orden... vociferando a la entrada del local.
He de confesar que a la obra de Bassi me encaminaba con prejuicios no precisamente positivos, inducidos por intervenciones televisivas no muy afortunadas del cómico italiano. Sin embargo, me pareció indigno acatar los dictados de los violentos, y por otro lado, nadie en su juicio dejará de admitir que para evaluar algo es preciso conocerlo. Y he aquí que La Revelación se convirtió en una sorpresa, no sólo para mí, sino para muchos de los que allí estábamos, más presentes por la curiosidad y la defensa de la libertad de expresión que por admiración hacia el italiano. El espectáculo resultó ser divertido pero, sobre todo, reflexivo; un espectáculo reivindicativo de los derechos más elementales del ser humano y que repasó algunos de los problemas más candentes de la actualidad (la inmigración, la ecología, las políticas de ocupación, los conflictos bélicos) a partir de la revisión de dogmas asentados en la civilización cristiana, pero también en la islámica o la oriental. La Revelación no fue un alegato anticatólico ni antirreligioso, sino un toque de atención hacia las atrocidades cometidas por el Hombre desde el comienzo de los tiempos, y una apelación a la fuerza de la razón –referenciada por las imágenes proyectadas de Sócrates, Hipacia, Voltaire, Kant, Montaigne o Descartes– y al poder de la Naturaleza como entorno purificador contra el abuso y la opresión.
En fin: una bufonada más juiciosa que los gritos desaforados de quienes sin educación nos increpaban desde afuera. La ignorancia es madre del atrevimiento. También de la barbarie.