Adiós, muchachos (26.10.2008)

Han transcurrido ya muchas semanas desde aquel agosto de 2005 en que este viaje comenzó. Y siento quizá que ha llegado el momento de abrir la puerta y despedirse. Incluso la multiplicación de los panes y los peces debe tener un final... o el milagro dejará de serlo. Quienes por aquí han pasado seguirán siendo compañeros de aventuras.
Por el momento migro hacia otra casa. Allí serán todos bienvenidos. Mientras hago las maletas y me marcho suavemente, procurando no hacer ruido, les dejo en buena compañía.
Hasta siempre.




Lo prometido es deuda...

Prometí que escribiría más exhaustivamente sobre la exposición de Adriano en el Museo Británico. Quienes estén interesados pueden leer mi promesa aquí.
Ave.

Crestas y vaguadas, 04.10.08

El gran historiador del arte y de las ideas Erwin Panofsky escribió allá por los años 60 del pasado siglo un libro irrepetible llamado Renacimiento y renacimientos en el arte occidental. La cosa iba de que, si bien todos estamos al tanto de la existencia y caracteres de ese periodo de esplendor que se ha dado en llamar Renacimiento, existen además otros periodos, más o menos sistemáticos a lo largo de la Historia, a los que también cabe apelar con ese nombre, siquiera con minúscula (por ejemplo, el renacimiento carolingio del año 1000). A la par que esta teoría, o en realidad sustentándola, argumenta Panofsky que nuestra Historia es como una cinta que describe ondulaciones –crestas y vaguadas– que determinan de modo ineludible la brillantez o zafiedad respectivamente de los diferentes periodos cronológicos que atraviesa el Hombre en su carrera (ya sea con Bonos del Estado o en la compaña de la Puri), de forma que a una etapa de magnificencia cultural antecede necesariamente una ciénaga intelectual.
Y todo esto me viene a la cabeza cuando pienso en el paso por el Teatro de Falla de Cádiz en esta semana de ese grupo británico de… individuos (músicos no son, artistas tampoco, en todo caso acróbatas) llamado Stomp –gráfica onomatopeya–, al parecer avalados por un éxito arrollador cosechado en lugares múltiples del mundo, que les han granjeado no sé cuántos millones de espectadores. El espectáculo de Stomp es plenamente contemporáneo. Quiero decir que encaja en la estética y en las necesidades intelectuales (o más bien en la carencia de ellas) propias del Hombre de hoy. Lo que por parte de Stomp es, no sé si inteligente, pero sí decididamente avispado. Ahora bien, lo que a mí me incomoda sobremanera es detenerme a pensar que unos individuos que sólo hacen ruido –un ruido infernal, por cierto– durante más de una hora, valiéndose de todo tipo de trebejos, despojos y cachivaches derelictos, puedan arrastrar el aplauso de los espectadores del modo en que lo hacen. El espectáculo de Stomp es intencionadamente chirriante, residual, de vertedero. A tono con los tiempos, repito. Pero no se me vaya a entender mal. La culpa no es de Stomp, sino de esta maldita vaguada en la que chapoteamos torpemente. Si Mozart desde su cima levantara la cabeza... y viera esto:

Sonatina de Otoño, 21.09.08

Hoy empieza el otoño (o al menos así nos lo enseñaban hace años, cuando la educación era medianamente digna, que ahora las estaciones sobrevienen cuando les da la gana) y con él empieza el “nuevo curso”, como dicen algunos afectados reporteros de la cosa… nuevo curso que trae aparejado lo de siempre: la chapuza nacional, o sea; que esta no entiende de modas ni modernidades.
No se sabe si profes y ordenanzas regresaron trastornados de sus jolidais en Reikiavijk o en Estepona, pero lo cierto es que a la hora de examinar a los chicos septembrinos de la Selectividad que nada selecciona, han repartido dos exámenes –el propio de septiembre y el ya realizado en junio– en la prueba correspondiente a la asignatura de Matemáticas Aplicadas a las Ciencias Sociales. Ya tenemos el lío padre. Los beneficiados en la distribución no quieren oír hablar de la repetición de las pruebas y los perjudicados claman justicia. Lo normal. Al final quedará todo en agua de borrajas, pues mucho es el esfuerzo para cosa tan nimia: la legalidad, la responsabilidad y las buenas prácticas en este país importan un figo, y por otra parte tampoco los chicos merecen tanto desvelo, que el informe PISA ya les ha dejado a la altura del betún con examen “repe” o no.
La noticia ha sido profusamente comentada en la edición digital del Diario de Cádiz. Y ahí, en los comentarios de los lectores –que es en lo que las ediciones digitales aventajan a la tradicional prensa en papel–, puede uno desde hacerse cruces hasta explicarse el porqué de tanto despropósito. La mayor parte son comentarios de alumnos: para que luego se diga que no leen periódicos, mis angelitos. Pero… con unas faltas ortográficas y expresivas de cortar la respiración: ‘a’ del verbo haber sin h, ‘asines’ por doquier (sin duda étimo latino de ese orejudo espécimen hoy conocido como ‘burro’), sintaxis ininteligible…
Los muchachos se indignan con toda su precariedad lingüística ante la posibilidad de que lo acontecido reduzca sus opciones al concurrir a una carrera universitaria específica. No deberían preocuparse: cualquier lugar en el que caigan los padecerá por imperativo legal. Cosas de lo políticamente correcto, del “progresa adecuadamente” y de la ceguera general. La sonatina de otoño que cada año se renueva…

Un andaluz en Londres, 16.09.08

Acabo de regresar de la capital británica, de un viaje de trabajo (de trabajo placentero) en que he logrado arañar tiempo para asistir a uno de los conciertos de los Proms y a la magna exposición que sobre el emperador Adriano se exhibe en el British Museum. Tenía relativa curiosidad por ver cómo tratarían los ingleses la figura del emperador de origen andaluz –Adriano, nacido en realidad en Roma, era de familia con decidida raigambre bética–, uno de los emperadores más respetados y polifacéticos de la historia latina… y uno de los pocos emperadores, por lo demás, que murió de muerte natural, ajeno a dagas y venenos. La exposición arranca y muere en la literatura: desde las célebres Memorias de Adriano de Yourcenar, cuyo manuscrito se exhibe en una vitrina como un objeto más de culto (reconocimiento que se me antoja absolutamente merecido) hasta los reflexivos versos Animula, vagula, blandula… atribuidos al emperador, flota en todo el montaje un homenaje a las palabras, también a las de los escritores clásicos, que sirven de guía en las diferentes secciones de la exposición comisariada por el conservador Thorsten Opper.
Guerrero. Soñador. Visionario. Son los tres adjetivos con que se sintetiza en la muestra el quehacer y el vivir de Adriano. Y en todos ellos, y en la propia existencia del emperador, sus raíces andaluzas tuvieron un peso decisivo. Así al menos parece entenderlo el comisario, que subraya la ascendencia surhispánica de Trajano, predecesor y padre adoptivo de Adriano, e igualmente las raíces parentales de este último, cuya familia no sólo dotó al Senado con varios miembros, sino que además estos mismos y otros similares comenzaron a conformar una nueva elite senatorial bien distinta a la imperante hasta el momento. Los productos mediterráneos, y en particular el aceite, proporcionaron una vida muelle a los béticos y sobre todo a las familias que dominaban el entorno. Esa molicie permitió, a su vez, la excéntrica vida de Adriano –el primer emperador barbado, dicho sea de paso–, sus viajes y su gusto por lo griego, su tendencia a la literatura, la filosofía, la belleza… en combinación con un imparable cursus honorum y una mano firme en que se aunaron la violencia más implacable y la ternura homosexual más desbordada: los mil rostros de un andaluz inmortal.
Prometo más detalles...

Bestiarium Palatii II, 02.09.08

Tras la clausura de la última jornada fistivalera, me veo en la necesidad de compartir aquí la detección de un par de especies nuevas:

Nalgae inquietae
Dícese del espectador que, incapaz de estarse quietecito en la butaca, se mueve continuamente y sin cesar a lo largo de todo un concierto o representación, dificultando con ello la visión del desdichado que se encuentra a su espalda. Existe una variante peculiar, en que el movimiento sólo se produce en el tercio superior del cuerpo: se trata del Caput Oscilantisimum, cuya cabeza pendulea de un extremo a otro de la butaca, obligando sincronizadamente a hacer lo mismo a quien se halla detrás; es esta, por tanto, variante peligrosa por su capacidad de contagio.

Telephonans perpetuus
Trátase del individuo que no puede prescindir de su móvil durante un espectáculo. Cabe documentar dos subespecies: aquel que permite que el aparato suene por razones inexplicables, a pesar de los avisos de magafonía, y que se corresponde con el Telephonans Stultus Ruidosus; y el Telephonans Stultus Fotofilicus, adicto a la luz que emana de la pantalla del móvil, que consulta y enciende cada diez minutos de espectáculo.

Por lo demás, he descubierto ayer mismo una variante de la Scalatrix Intrepidans mencionada en la Lección Primera. Se trata de la Deslizatrix Sutilis Contorsionans, que en esta ocasión no trepa por encima de las barras de separación, sino que hábilmente y con exhibición sin par se desliza por debajo de las mismas.

Lección de Zoología: Bestiarium Palatii, 28.08.08

A continuación esbozaremos un pequeño muestrario de los especímenes asistentes a los actos fistivaleros celebrados en el Gran Palacio Musical y sus aledaños. Conste que el presente bestiario es una selección de los ejemplares detectados por esta modesta investigadora en su particular trabajo de campo. Tal vez la lista pueda completarse con más especies por parte de otros investigadores más esforzados que la que suscribe. Todo sea por el bien de la ciencia. Así pues:

Toseturus terminalis gravisEn general, apelativo aplicado a todos aquellos que sufren y sufrirán per saecula saeculorum ataques de tos fulminantes entre movimientos sinfónicos o en los momentos clave de una obra de teatro, neutralizando los sonidos provenientes del escenario. Si el sujeto persiste en su agonía de forma desconsiderada, puede llegar a alcanzar la categoría insidiosa de Gonadotocus carraspei, espécimen que los ignaros designan con cacofónico término vulgaris (algo similar a “tocapelotas tosedor”).

Scalatrix intrepidansDícese de la asistente a los espectáculos fistivaleros que, acuciada por el hambre nocturna, se precipita antes de la conclusión del espectáculo por encima de las barras de separación de butacas, escalándolas, en lugar de utilizar los pasillos conducentes de forma humana y natural hacia la salida. No es infrecuente que la contorsionista sea dama de edad avanzada.

Roncati duobusTrátase de los matrimonios bien avenidos que, ante el aburrimiento suscitado por determinados espectáculos fistivaleros, suelen abandonarse al unísono y armónicamente en brazos de Morfeo.

Exterminator divanorum palatiiVariatio peligrosa e individual de la especie anterior. Úsase en el caso de sujetos que, abatidos por los estertores del sueño ante una sinfonía de Bruckner, caen sobre la butaca delantera desvencijando al tiempo la propia, incluso en repetidas ocasiones. Caso extremo y único documentado en el FIS 2007.

Abanicanda menopausa sinpausa
Dícese de la supuesta dama que por causa de su calidaria aetas tiene una concepción solidaria del aire de su abanico, extendiendo su alcance y el ruido en él empleado a las butacas contiguas. Habitualmente no conoce la fatiga.

Palmatorius impenitentisEspécimen inclinado de forma inevitable a la incontinentia ovationis, oseasé: aplauso desmesurado con independencia de la calidad del espectáculo presenciado, y con frecuencia a destiempo (en mitad de una sinfonía, antes de concluir el cantante un aria, et coetera). No es extraño que padezca esa terrible enfermedad llamada auricula in sphintere (vulg.: oreja en el ojete) que puede aquejar también a algunos críticos.

Momificatus Sanctiemeterii-Tuta-VitaeComo su propio nombre sugiere, se trata de individuos panteónicos que ocupan la misma butaca palaciega desde los tiempos en que estaban aceptablemente vivos (ab urbe condita). Conocidos coloquialmente como STV (de Santander de Toda la Vida, o sea).

Instructor momiarum et aliarum herbarum
Trátase de aquel ignorántulo que, habiendo leído las notas del programa de mano previamente a la representación o concierto correspondiente, se dedica a explicárselas en pequeñas y supuestamente sabias dosis a otras especies menos aventajadas en la lectura, entre las que suelen contarse los Momificati STV citados con anterioridad o cualquier otro género de confiados y sufridos oyentes.

Criticus semperdigestus biberiusqueDícese del esforzado crítico que hace gala de estómago agradecido e inclinación natural hacia el consumo indiscriminado de líquidos espirituosos. Todo ello suele cristalizar en la redacción de críticas exageradamente complacientes.

Garrulus melocriticusComo variante del anterior, aparece este espécimen aún más peligroso por su manifiesta ignorancia. Su estulticia le induce a creer que un pianista puede interpretar él solito un concierto para piano y orquesta, o bien espera sin decencia la interpretación por una orquesta de una polonesa chopiniana. Con frecuencia inserta haches en lugares inadecuados: verbigratia, Elgar queda transformado en Helgar.

Monachus superbius infinitusSiguiendo la vieja consigna luterana –“monachatus non est pietas”–, existen religiosos que, más atentos a los placeres mundanos que a sus votos, dan rienda suelta a sus variados apetitos y a su soberbia, para encubrir los cuales suelen apelar a la organización y dirección de eventos musicales infinitamente consuetudinarios. Es esta una especie peligrosa por cuanto resulta específicamente difícil apartarla del ejercicio de semejantes gozos y consiguientes disimulos.

El horror, 25.08.08

El horror, ese ente tortuoso que invocaba Walter Kurtz justo antes de morir en El Corazón de las Tinieblas, puede arrastrar al ser humano a las conductas liminares más insospechadas. Ante el horror, los códigos éticos más y mejor instaurados se desmoronan, lo relevante y lo irrelevante se trastocan, lo inimaginable se torna posible. Aún recuerdo, hace ya bastantes años, en un vídeo sobre la liberación de Auswitch, la impresión que me causó ver a una de las famélicas supervivientes, todavía harapienta, en el campo y en mitad del desorden de la liberación, arreglándose el pelo ante un pequeño espejo, quizá consciente vagamente de que estaba siendo filmada en un instante trascendental para la posteridad. Coquetería pavorosa, femíneo instinto desubicado. Cosas del horror.
Por desgracia, los conflictos bélicos suelen propiciar que la brújula humana extravíe su norte en mitad de un horror que escapa a las reglas, precisamente, de lo humano. También las grandes catástrofes, en que la muerte –esa enorme tragedia individual que ha alentado en las páginas de novelas y ensayos durante siglos y siglos– pierde su carácter distintivo para convertirse en un suceso casi banal, promueven los más extraños comportamientos. Tras el espantoso suceso de Barajas, en medio aún del desconcierto y del desconocimiento y de los interrogantes y del dolor, algunos supervivientes del horror empiezan a mostrar secuelas de un anormal desequilibrio, favorecido sin duda por lo extremo de las circunstancias. Peter Stafenides, sueco, médico de profesión, esposo de una de las escasas supervivientes del desastre, ha anunciado sin remilgos no sólo la venta al mejor postor de la primera entrevista que conceda su mujer cuando se encuentre fuera de peligro, sino la confirmación efectiva del trato con los periódicos Aftonbladet y Verdens Gang. Ambos medios, supuestamente prestos al carroñeo pero al tiempo aquejados de un pudor políticamente correcto, se han apresurado a negar la transacción. Mientras, Stefanides, que insiste en la realidad del trato, ya está previendo públicamente qué hacer con la suma, ajeno a los dictados comúnmente aceptados de la ética. Sus razones tendrá. El horror, con seguridad, está entre ellas.

Paharraco, 23.08.08

No es por insistir... pero miren cómo evoluciona nuestro querido paharraco gaditano. A este paso, la garricura deberá sustituirse por la amputación de miembros gangrenados...

Comentarium Texticulorum, 20.08.08

Estimados amigos y lectores todos:
Hoy vamos a realizar un ejercicio de comentario de textos, con vistas a iluminar algunas de las figuras retóricas más comunes de la lengua española. Para que el ejercicio alcance mayor objetividad y validez empírica, he recurrido a diferentes textos de un eximio –aunque vivo– intelectual cántabro. Las fuentes originales de los textos, de su puño y lengua, pueden encontrarse aquí y aquí. Enumeremos:

REDUNDANTIA REDUNDANTIONIS
“No hay duda de que el Festival Internacional de Santander ha adquirido a lo largo de sus 57 años una identidad singular y que ha logrado ya una «forma de ser» reconocida por su prestigio y la coherencia de sus anuales convocatorias ininterrumpidas. El Festival es ya una «forma de ser» que ha venido siendo desde hace 57 años, ha configurado sus perfiles y ha venido gestando una identidad que hoy es inconfundible e inevitable como referencia cultural”.

EXULTATE JUBILATE
“He de confesar que, desde hace muchos años, siento el inicio de cada Festival como un acontecimiento mágico, catártico en el sentido liberador de tanta tensión acumulada a lo largo del año gestador, y expectante ante la renovación de la magia escénica y la mística sonora que nutren sus esencias. Magia escénica desbordada con la plenitud de la Ópera, el Ballet y el Drama y mística sonora inundando cada rincón de nuestra amada Cantabria”.
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PANTA REI
“Ya este 57 Festival Internacional discurre, tras su brillante noche inaugural, por los Marcos Históricos como río caudaloso regando la sensibilidad de tantas gentes y se detendrá en el solaz capitalino del Palacio de Festivales”.

EXAGERATIO SUPERHIPERBOLICENSIS
“Y como cada año, desde hace 38, el Ciclo Estival de Música Coral y de Órgano de la Bien Aparecida que desde la cima callada de sus montañas proyecta el haz sonoro del Festival de Santander hacia todos los rincones de Cantabria, cuyos Marcos Históricos citan y concitan con su atractivo la presencia de las gentes de todo el mundo”.

POROSITAS INCOMPRENSIBILIS
“La memoria de Argenta se filtra inevitable por los poros del Universo Sinfónico, un espacio que se ornamenta con las mejores orquestas del mundo y los directores más destacados, un espacio cuyo punto álgido contemplará la apoteosis beethoveniana que Ataúlfo nos legó”.

Podríamos proseguir con la lección, pero para no saturar las meninges blogueras, aplacemos la cita para próxima ocasión.
Si alguno de los alumnos detecta en los textículos otras figuras literarias además de las ya apuntadas, se agradecerá su pública exposición para ilustración de sus compañeros.

Usos y abusos, 16.08.08

Mientras asistimos al desdoro de la cacareada barbacoa playera y sus tan extravagantes como lamentables justificaciones (que si se pretende privar de la playa a los gaditanos, que si ya no dejamos beber en paz a la gente joven, que si las playas se degradan en todo el litoral hispánico y no sólo en Cádiz, que si sólo se reserva este espacio “para los pijos y los ricos”… ¡!), mientras, en definitiva, nos autoengañamos para abusar sin contemplaciones de una pequeña pero hermosa parte del mundo y participar en su destrozo sistemático, voluntario y estulto (aunque seguramente muchos de los autores de la masacre estarán muy concienciados con las gaitas del cambio climático), hay quien, por el contrario, demuestra que la playa se puede destinar a un uso humanitario… e incluso humano (esto es, civilizado).
Todos los años, desde hace quince, la asociación Salam-Paz facilita la estancia en Cádiz de una treintena de niños saharauis durante un par de meses, que suelen coincidir con el periodo de calor más duro en su lugar de origen. Durante este tiempo estos niños tienen la oportunidad de atisbar algo que no sé si se parece a la felicidad –tal vez ellos sepan ser más felices que nosotros, aun a pesar de las privaciones– pero sí al bienestar y al disfrute más natural e inocente; algo que puede convertirse en un recuerdo maravilloso de sus vidas o quién sabe si quizá en un horizonte con el sabor acre de lo inalcanzable… El caso es que para despedir a estos niños se ha organizado en la playa de La Caleta un almuerzo a base de bocadillos, cocacolas y la más pura diversión, consistente en algo tan sencillo como gozar del mar y jugar en la arena. Una experiencia dichosa para estos chicos que, con sana visión de la vida, no vieron necesidad de envilecer la playa con carbón, cascos de botellas, colillas ni bolsas inmundas, y que, en definitiva, no requirieron la actuación de servicios especiales de limpieza. Estos niños, que no son precisamente “ricos” ni “pijos”, apreciaron un bello escenario natural en todo su valor, y usándolo con decoro y respeto, se han llevado seguramente una imagen dulce en sus retinas para siempre. Ahí, en ese gran abismo existente entre el uso y el abuso, radica la ya histórica distancia entre la dignidad y la indignidad.

Desperdicios, 10.08.08

Hay pesadillas de las que uno se ve incapaz de liberarse, por más empeño que se ponga en ello. Algunas de estas pesadillas tienen incluso nombre propio. A diferencia de las angustias que asaltaban a nuestros antepasados en aquellos tiempos en que reflexionar no era pecado, y que caían en el terreno de la abstracción más inquietante, los monstruos del hombre contemporáneo gozan de espantosa corporeidad… y persistencia. En el ámbito de ese inhumano –por intelectualmente deleznable– periodo del año que se conoce como estío, proliferan horrores que justifican en sí mismos la duración más larga del invierno, por aquello de que restaurar la dignidad lleva su tiempo. Ni por esas. Hete aquí que aquel personaje de cabeza bamboleante y piernas ortopédicas que envilecía los veranos musicales de la Transición sigue ¡aún! de moda. Y qué decir de sus incombustibles melodías, “La barbacoa” y “El chiringuito”, que resplandecen con renovado furor. Que se lo pregunten si no a sus adeptos, los vándalos que otra vez en este año van a dejar hecha unos zorros la playa de la Victoria con sus infectas barbacoas y que de paso se atracarán de alcohol en los chiringos dispuestos al efecto, no vaya a ser que la fiesta no alcance la cota deseada de inmundicia. Triste canción de letra sobradamente conocida. En esta ocasión se cuenta con una novedad, como es la desinteresada distribución de bolsas para depósito de desperdicios; contentémonos si las citadas bolsas sirven al menos para contener las previsibles secreciones propias de los adictos a esta clase de festejos. Y otro apunte: las autoridades responsables del desafuero piden públicamente que no se lleve carbón a la playa… al tiempo que instalan contenedores para el carbón en la arena. Todo muy eco(i)lógico.
Pero la mugre de las barbacoas no es la única. Con suma consternación leemos que Farruquito ha suspendido “por razones de agenda” su previsto curso de flamenco en Cádiz. Vaya por Dios. A lo peor tiene cita para atropellar a alguien, porque no es posible que en el poco tiempo que ha estado entre rejas se le hayan acumulado los encargos. Cada taconeo de este tipo es un insulto a la viuda de Olalla. Pero está visto que por estos pagos nos acostumbramos fácilmente a la basura.

Libros y huesos, 03.08.08

Hace un par de días leía en los periódicos que aproximadamente un 30% de los españoles no coge nunca un libro. Es dura de pronunciar, esa palabra, en relación con el acto de leer: “nunca”. Confieso, no obstante, que el porcentaje me ha parecido escaso. A juzgar por las conversaciones casuales que se oyen en cualquier lugar, por la penosa programación televisiva y radiofónica a que sin compasión se nos somete, por la infracalidad de muchos textos periodísticos, incluso por la vergüenza ajena que se siente al escuchar los debates e intervenciones de algunos de los miembros y miembras de nuestra sinclase política, se intuye que el tanto por ciento de desconocedores de ese extraño objeto llamado libro debe de ser mucho más elevado. Las estadísticas, ya lo dijo Borges, son como la democracia: el arte de mentir con números; y si no las manipula alguien inteligente –como a Churchill le gustaba hacer y admitir– pueden hacernos luz de gas.
Conforme se lee menos en este país de nuestras entretelas, nuestros escritores también bajan la guardia; el gaditano Eduardo Mendicutti acaba de denunciarlo en Santander, en los cursos de verano de la UIMP: “en el autor de ahora se prima la velocidad y la sencillez lingüística, se ha huido de la preocupación por el lenguaje”. Cierto. Así nos va. Las nuevas generaciones –y no tan nuevas– se han entregado ciegamente a la dictadura de la imagen. Como masticar es costoso, ya sólo se traga. A este paso, de puro desuso, acabaremos por perder los dientes.
No es extraño, pues, que en detrimento de la letra impresa, las series de TV –algunas buenas, otras no tanto– vivan hoy su edad de oro. Y que algunos de a pie se crean héroes de peli por un día. Como el amigo de Cai que en esta semana denunció a la estudiante de Medicina que exhibía unos huesecillos humanos en el alféizar de su ventana; una actividad de lo más común, por otra parte: ¿quién no tiene unas tibias oreándose en el balcón mientras se cuece el caldo? Pero el vecino justiciero debió de pensar que vivía un capítulo de Dexter y que la alumna era una forense pulcra y asesina con un siniestro modus operandi, así que alertó inmediatamente a los polis. Por el momento el diligente mozo no ha conseguido salir en Salsa Rosa, pero todo se andará.

A la sombra de libros en flor, 30.07.08

Cuando Tanizaki escribió su Elogio de la Sombra en la década de los 30 del pasado siglo XX, apenas sospechaba que su pálida protesta contra la estridencia de la luz contemporánea por su invasión de la belleza, la intimidad y hasta la ética habría de alcanzar la calidad de manifiesto ineludible contra la caótica estridencia que por lo común nos avasalla. Recuerdo que leí aquel librito minúsculo y poderoso, y casi inencontrable, en una revista peruana, años antes de que Siruela lo editara, y cuando apareció en esta editorial lo regalé en su primera edición –luego se popularizó en exceso– a varios amigos, en la esperanza de contribuir a una rebelión pacífica pero efectiva contra la iluminación impúdica y sus manifestaciones.
Me acuerdo de estas impresiones al asistir a la nueva exposición de Fernando Bermejo en ese espléndido espacio expositivo que es la Galería DelSolSt. Y me acuerdo porque la oscuridad es parte esencial del montaje, tanto casi como la propia obra, que sin esa penumbra no se entiende, o al menos perdería plenitud. Si Tanizaki predicaba la necesidad de la tiniebla para la salud del alma, la tiniebla de la que emerge la recoleta luz de las obras de Fernando es sin duda una caricia en lo hondo, un inesperado pálpito de belleza sorprendida. Ya ha sido así en otras series de Bermejo, como “El Bosque de Paz” o “El Jardín” o “El Traficante de Estrellas”, en que el artista frecuentaba la hospitalidad de lo umbrío, de la ermita abandonada, del espacio naturalmente desolado. Ahora, en la exposición “La Librería” de la Galería DelSol se busca nuevamente esa complicidad en relación con un objeto y las acciones que nacen y mueren en él: el libro, pero también la lectura y su estar, su acumularse en un estante o una mesa, su indolente exhibición, su evocación más íntima, su transformarse en un ser vivo más de la Naturaleza.
En el principio fue el libro, como en el principio fue también lo oscuro y la luz que lo quebró. Un libro abierto, sus páginas blancas, tienen la elocuencia misma de las obras de Fernando Bermejo cuando brotan de la sombra. El libro entonces se transforma en una flor, que alumbra como una llama breve en los cuadros de La Tour. Así se siente ante la impresionante instalación de cajas de luz que preside la gran pared frontal de la galería, a modo de gran biblioteca, en cuyas baldas reposa una pequeña parte de la serenidad del mundo.
A la presencia de “la librería” se añade la de otras obras que remiten a viajes íntimos del ser humano: la ironía de una soledad más teatral que auténtica (“Ficción-Realidad”), la percepción de un horizonte que varía conforme al equipaje personal de quien pasea, mira o aguarda (serie “Avenida”), la ternura casual de un perro cotidiano (“Perro”), la vida nocturna latente más allá del frío icono de una gran ciudad (“Edificio”).
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En todas estas obras, así como en los destellos de paisajes y árboles también presentes, siempre la luz acontece por la espalda, alumbrando el presente desde el pasado y a la vez proyectando la sombra alrededor. Pero además la luz se filtra a través de la pintura y de la trama del papel, ofreciendo un misterio velado como aquellas evoluciones orquestales de Toru Takemitsu de su Jardín Espiritual –otra vez Oriente revoloteando no por casualidad en los papeles japoneses utilizados por Bermejo– o la estela luminosa de sus pájaros blancos persiguiendo a un único pájaro oscuro hacia el Jardín Pentagonal
En un lateral, una pregunta y su respuesta adquieren forma improvisada de escultura. Qué es el arte: un breve rastro de luz en la pared sombría, el peldaño final de una escalera que conduce a su callado resplandor.
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Gorjeos y gorgojeos, 24.07.08

Con fecha 13 de junio de este año El Diario Montañés publicaba una información relativa a la presentación del cartel del 57 Festival Internacional de Santander (ver).
Vicky Civera (Port de Sagunt, Valencia, 1955) es la autora del cartel en cuestión y –siempre según el periódico– ha explicado en un texto lo que intenta comunicar con esta obra:
Sobre unas líneas horizontales, de música y agua, un barco emblemático se acerca al 57 Festival internacional, entrando por la bahía. Con gesto y saludo alegre, los personajes/notas del cartel (arriba) le dan la bienvenida. Saludo sobre un fondo rojo, mate y poroso, casi aterciopelado, que recuerda el intenso color de las amapolas tiñendo un extenso campo en verano. Rojo intenso, expansivo, pero a la vez delicado y contagioso, como el susurro musical que envuelve: desde el gorgojeo [SIC] alegre de los pájaros que revolotean y se esconden por el campo, hasta el leve zumbido del batir de las alas de los innumerables y frágiles insectos que lo habitan”.
Me gustaría formular unas preguntas:
1.¿Dónde está la bahía? (señalar en el cartel, doy premio)
2.Las amapolas, ¿crecen en el campo o en el mar? Si no crecen en el mar, ¿qué hacen en el cartel?
3.¿Por qué el susurro musical es rojo y no de otro color? (sí, ya me sé lo de la sinestesia)
4.Según mis noticias ‘gorgojo’ es un “insecto coleóptero de pequeño tamaño, con la cabeza prolongada en un pico o rostro, en cuyo extremo se encuentran las mandíbulas. Hay muchas especies cuyas larvas se alimentan de semillas, por lo que constituyen graves plagas del grano almacenado” (DRAE), mientras que ‘gorjear’ significa “dicho de una persona o de un pájaro: hacer quiebros con la voz en la garganta” (DRAE). ¿Los pájaros del FIS, pues, gorjean... o cazan gorgojos?
5.¿Por qué “se esconden los pájaros por el campo”? ¿Qué –o a quién– temen?
6.Admitamos que los insectos son frágiles, pero ¿qué pintan los insectos del campo en la bahía junto al barco emblemático que se acerca hasta las notas que alborozadas lo reciben y…? Uf, no sigo, que esto me recuerda aquel poemilla subido de tono de Catulo en que el barco simbolizaba… Dejémoslo.
Me lo expliquen todo bien. Espero.

Ruido y alcohol, 21.07.08

El verano ha llegado y con él la licencia para caer en cualquier clase de vulgaridad y, de paso, incordiar impunemente al prójimo. El verano es la estación de la chancleta full time, de los sobacos asesinos, de la arena arrojada en tu terraza por la vecina de arriba, de las inmundas barbacoas en la playa, de las canciones cutres acosando sin tregua desde las fauces abiertas de los locales especializados en timar con garrafón. El verano en sí mismo es un ente perverso cuyo fin justifica sus medios, de manera que cualquier mal que provenga de él se entiende como aceptable y hasta normal, del mismo modo que los aquejados por la peste negra en aquella Europa del siglo XIV admitían con naturalidad que les salieran bubones en las axilas unos días antes de diñarla.
El verano es, también, el tiempo del ruido desconsiderado, en cualquier lugar, a cualquier hora. Una de las preocupaciones capitales denunciadas por el depredador veraniego tipo es el horario de cierre de los locales hiperdecibeliados y la imposibilidad de estar hasta las tantas en una terraza dando la matraca al vecindario; las leyes que existen al respecto y que, a saber por qué, se incumplen sistemáticamente, son vistas por esta destructiva especie como amenaza de acoso y derribo. Este depredador, además, asegura que el ocio nocturno pierde puntos si no se puede molestar al personal durmiente; el encanto turístico de la ciudad, afirma tal espécimen, se resiente, lo que es dar por hecho que al turista de verano lo que de verdad le pone es beber y fastidiar.
Está claro que quienes cantan las excelencias turísticas del ruido nocturno, a la par que insolidarios con sus semejantes, son sujetos poco viajados y poco duchos en tales materias. Las ciudades más turísticas de Europa, las que reciben millones de visitantes año tras año –París, Roma, Londres…- se sumen en el silencio más absoluto a las nueve de la noche. Sus viajeros no precisan de escándalo nocturno para entretenerse, antes bien, aprecian la calma y el descanso tras una jornada de intensa actividad. Mientras sigamos pensando que alcohol y ruido son nuestras mejores bazas veraniegas, seguiremos atrayendo chusma adicta al vandalismo, y serán otras las ciudades que se lleven el auténtico turismo: el que deja beneficios contantes y sonantes.

Basquiat: temporada en el infierno, 17.07.08

Negro de raíces haitianas y portorriqueñas. Neoyorquino de un Brooklyn agreste y degradado. Marginal no por educación sino por elección. Heroinómano. Grafitero y pintor de formación autodidacta. Estrella fugaz en el cielo del arte norteamericano en los 80. Enfant terrible. Millonario en el infierno. Veintisiete años: fin de trayecto. Con semejante cóctel es fácil fabricar una leyenda de maldito. A Electra le sienta bien el luto y al mundo del arte le sienta bien el morbo. Marchantes, críticos y galeristas mercadean con el sufrimiento de los artistas descarriados para cautivar a los coleccionistas influyentes. Rothko le hizo un gran favor a su cotización y a sus especuladores privados segándose el cuello con una cuchilla de afeitar. Jean-Michel Basquiat se dejó la vida en una sobredosis hace veinte años y hoy sus cuadros se venden por diez millones de euros (el último que ha salido a subasta estaba en manos del grupo musical U2). ¿Qué queda del arte cuando se le despoja de la hojarasca del negocio? ¿Qué queda del arte de Jean Michel-Basquiat cuando se le desliga de su turbia y agitada biografía?
La Fundación Botín, en colaboración con la Fundación Memmo de Roma, presenta la oportunidad de contestar a estas preguntas en la que, sin exageración alguna, cabe calificar como la “exposición del verano” en Santander: una gran retrospectiva de la obra de Jean-Michel Basquiat, conformada por más de cuarenta obras –incluyendo un casco y un caballete y así mismo algunas piezas nunca vistas hasta ahora, como “Su mayordomo esnifando pegamento” (1984) o “Samo está en algo” (1981)– y comisariada por Olivier Berggruen (de quien conservamos fresco aún el recuerdo de la extraordinaria muestra sobre Klee hace un par de años). En su presentación, el comisario apuntó algunos de los elementos más obvios del arte de Basquiat: su fragmentación, la presencia y exorcización de fantasmas, el empleo de la escritura; también algunas de sus referencias más evidentes: Dubuffet, Pollock, Twombly… Pero la auténtica exposición aguarda ser descubierta en el paseo del visitante.
Nadie puede negar que la contemplación de la muestra es impactante. Jean-Michel Basquiat fallece en su veintena avanzada, y este aspecto golpea con brutalidad la vista del espectador. Los cuadros de Basquiat son de una fragilidad tan tierna como angustiosa, con la ternura y la angustia que se desprenden de su propia imagen, captada en algunas fotografías diseminadas por las salas. Hay vidas, hay rostros, que a pesar de la intensidad de su tragedia nunca pierden su halo de asombro y de debilidad. No es extraño que Basquiat haya sido comparado ocasionalmente con Rimbaud, el poeta-niño, el poeta torturado e inocente al tiempo, el poeta, también, de precoz muerte. Basquiat y Rimbaud pasaron una temporada en un infierno del que sus obras dan fe con lírica, terrible ingenuidad. Su contienda no es madura, exhala el aroma convulso de la adolescencia en crisis.
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En el caso de Jean-Michel Basquiat, su personal debilidad intenta combatirse con rasgos hiperbólicos: hipérbole en el tamaño de sus obras, hipérbole en la escatología de su discurso y de sus temas, hipérbole en la obsesión escrituraria y expansiva, hipérbole en su arrogante signo –su corona omnipresente– contra el mundo. Hipérbole desesperada, lucha feroz, exceso de artillería y aspaviento contra una realidad que, por el contrario, destruye con la eficacia aterradora e implacable del sigilo.
Las figuras de Basquiat son figuras de intencionado aprendizaje, de dibujante fascinado por los recovecos del cuerpo humano y por los estragos de la muerte. En sus figuras respira el magistral y minucioso esquematismo que guiaba a Henry Carter cuando dibujaba los cadáveres que diseccionaba Henry Gray –otro habitante del infierno que sucumbió en sus treinta y cuatro–. Además de los tormentosos expresionistas abstractos que rastreaba y exploraba en los libros, los cuerpos de la Anatomía de Gray (el célebre manual de Medicina que vio la luz en 1858 y del que Basquiat se empapó en su niñez, mientras se recuperaba de unas lesiones por atropello) acompañaron al artista toda su vida. Esas figuras en las que algunos críticos han visto mera impericia de grafitti en lugar de transparencia conceptual apelan a lo esencial de un discurso que, sin embargo, es profundo y perplejo: lo sencillo es, por supuesto, lo más difícil de entender. Esas cuestiones son las que Basquiat plantea con maniacos grafemas en pos de la ansiada permanencia, son las que rubrica con su corona o su pequeño copyright, siguiendo las maneras de Cy Twombly cuando escribía en sus lienzos “Cy was here”, un poco al modo del soldado Kilroy, quien perseguía en la reiteración de esa brevísima inscripción un conjuro personal –hondo y pueril, tal vez– contra el aliento de la muerte.

La Ley de Oro, 12.07.08

En su sutil a la par que hilarante tratado “Las leyes fundamentales de la estupidez humana” (incluido en su librito Allegro ma non troppo), el eminente profesor Carlo Maria Cipolla da cuenta de uno de los mecanismos más esenciales de la estulticia de los bípedos, en lo que él denomina como Ley de Oro: “Una persona estúpida es aquella que causa daño a una persona o grupo de personas sin obtener provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”. Siempre he pensado que el opúsculo de Cipolla, que además incluye una ilustrativa parte práctica, debería ser materia obligatoria de estudio en las escuelas; así tal vez no se precisaría cursar polémicas asignaturas como Educación para la Ciudadanía y muchos celosos papás no se verían en la necesidad de ofenderse porque sea el Estado y no la Iglesia quien quiera inmiscuirse en la formación ética de sus hijos.
El caso es que me venía esta tercera ley fundamental de Cipolla a la memoria cuando leía hace un par de días que unos vándalos se han dedicado a saquear una necrópolis localizada en San Fernando, datada nada menos que en la Edad del Bronce, destrozando algunos de los restos que allí se custodiaban, sacados a la luz en una reciente excavación. Frente al simpático personaje literario del saqueador de tumbas que busca dientes de oro en las bocas de los muertos para comprarse un bocadillo, no cabe siquiera oponer la indignidad de esos estúpidos supinos que se han ocupado en despedazar los restos óseos descubiertos en las labores de investigación. En efecto, esos imbéciles lo son porque no sólo han causado un gran daño a la comunidad que desafortunadamente los acoge (que de este modo se ve privada de una parte importante de su Historia), sino que se han procurado un perjuicio a sí mismos, aunque por supuesto no lo saben: con su estúpida profanación han creado un vacío en la reconstrucción de la cadena evolutiva hacia sus antepasados, que en su caso particular se remonta mucho más allá de los homínidos y llega sin duda a la categoría de burdos cuadrúpedos sin conocimiento del lenguaje articulado.
Ahora sólo queda esperar que, una vez que el daño está ya hecho, quienes han de tomar cartas en el asunto no se pongan a tirarse las polveras y a acusarse como niños en el patio del colegio, en lugar de unir recursos, plantear soluciones y dar estopa a estos estúpidos para escarmiento de los abominables ejemplares de su raza.

Garricura, 07.07.08

Sólo para quienes sigan interesados en seguir los avatares y descomposición del pajarraco... Por el momento han tenido que hacerle la garricura, porque la roña se le acumulaba en las uñitas. Angelito...

Castelares, 01.07.08

Como es sabido, Emilio Castelar y Ripoll, reconocida gloria de la elocuencia política, era de Cádiz. Tan reconocida e indiscutida fue su gloria que allá por 1869 se acordó bautizar con su nombre a la plaza en que se encontraba su casa natal. En 1904 se decidió colocar una lápida conmemorativa de la efeméride precisamente en la entrada de la casa –el portal número 1–, para que las generaciones venideras no olvidaran el genio verbal y parlamentario de su paisano Castelar. Dos años más tarde, se encargó a Eduardo Barrón un monumento dedicado a don Emilio, y ese monumento aún pervive, presidiendo la misma plaza, aunque su denominación actual es la de Candelaria.
Así hemos recorrido un largo éxodo, peor aún que el bíblico –por no hablar del interminable de Otto Preminger– sin otra figura política digna de suceder al eximio Castelar. Pero he aquí que por fin la misericordia divina se ha apiadado de este pobre pueblo elegido, y ha concedido un relevo, una voz que habrá de perdurar en los corazones de los gaditanos durante décadas. Me atrevo a sugerir a nuestros gestores municipales la formación de una comisión de urgencia para designar una avenida con el nombre de Bibiana Aído. Se me ocurre, tal vez, que puede modificarse el nombre de la Avenida de Gómez Ulla, que además es vía universitaria, a tono, pues, con el perfil de cualquier miembra congresual de pro. Se me ocurre también que nuestra cálida Facultad de Letras puede ser transformada en una biblioteca para mujeres y mujeras, con un anexo incorporado a modo de vestuario, en el que aquellas descarriadas que no cumplan con los patrones y patronas de la moda occidental puedan reconvertirse al new style del particular Vogue ministerial. Se me ocurre la colocación de un monumento en forma de gran boca oratoria frente al pájaro constitucional. Se me ocurren en realidad muchas cosas, todas ellas nunca vistas e increíbles –como las llamas de Orión en Blade Runner–, pero ya entiendo que estos asuntos deben dejarse en las meninges sabias, en las meninges de quienes gozan de una logorrea que no se la salta un gitano –o gitana–. Así que a callar y a seguir esperando. Si nadie lo remedia, el espectáculo sólo acaba de empezar.

Wolf Vostell: la vida es ruido, 28.06.08

Coincidiendo prácticamente con el décimo aniversario del fallecimiento del artista germano, en abril de 1998, acaba de inaugurarse en la Galería Nuble de Santander una exposición dedicada al recuerdo de la obra de Wolf Vostell. La muestra cuenta con casi una treintena de piezas –pinturas, dibujos, vídeos, esculturas– procedentes de la colección personal del artista, localizadas en su mayoría en las décadas de los 80 y los 90, aunque no falta algún guiño a los 70 (particularmente emotivo en el caso del impactante gouache dedicado a La Quinta del Sordo) en incluso a los 60 (sin duda es una de las joyas de la exposición la exhibición de Sun in your head, que constituyó el primer video-film realizado por Vostell, en el entorno del movimiento Fluxus, a partir de la “deconstrucción” o distorsión de las imágenes de un programa de televisión).
El mundo es caos, el mundo es tiempo, es erosión, es el surgimiento de los seres y su descomposición. El arte está ahí para dar fe, también para nacer y morir en y con el mundo. Tal vez por ello Vostell planteó con contundencia aquella ecuación recíproca: Arte=Vida, Vida=Arte, que trascendió con mucho los prístinos y balbuceantes presupuestos del movimiento Fluxus a los que precedió; una tendencia más afanada quizá en situarse contra todo que en encontrar su auténtico lugar, y que según uno de sus integrantes, Robert Filiou, nunca apareció ni desapareció. La banda sonora original de un mundo en descomposición debe ser una música atomizada hasta sus últimas partículas, una música que se desmiga y que desde sus propios desperdicios se repone y recompone transfigurándose en sonidos nuevos. Creo que la relación de Wolf Vostell con la música no ha sido suficientemente rastreada. A mediados de los 50, Vostell había conocido a Karlheinz Stockhausen y había trabado contacto con los experimentos alumbrados en el estudio de música electrónica de Colonia. De esa amistad surgirían posteriormente colaboraciones que darían lugar a los primeros décoll/ages del artista de Leverkusen, que combinaban lo visual y lo electroacústico. Poco después, Vostell conocerá también a John Cage. A comienzos de los años 50, y a partir de las White Paintings de Rauschenberg, Cage había “compuesto” su célebre y controvertido 4’33’’, una obra en absoluto silencio en que lo innovador no era el silencio en sí, sino la intervención de los “intérpretes”, del ruido ambiental, del espacio circundante; del mismo modo que no era el blanco absoluto lo innovador en Rauschenberg, sino el polvo y los reflejos en la superficie de sus cuadros.
Esta concepción –la de la música y su hermana rebelde, el ruido, que se inmiscuyen en el arte y lo modifican– acompañará a Vostell durante el resto de su vida artística. Ya Kandinski afirmó que “el arte suena”, y en verdad el arte de Wolf Vostell suena. Suenan sus figuras entre grotescas y dramáticas con baconiana sensación de finitud, como su Maja o su Abrazo o incluso su Judith de la Quinta del Sordo; suenan el dolor y la extrañeza de su Metamorfosis; suenan las turbias aguas corruptas del Rhin, los reflejos tortuosos del Pont Neuf; suena el doloroso acoplamiento de ángeles y hombres expulsados del placer en Archai; suenan los aviones sobre la ciudad arrasada y humeante, la cruenta y desolada Música de Sarajevo; suenan los televisores y los transistores, emitiendo perturbaciones, interferencias, aullidos conmovidos desde sus honduras electrónicas. Los cuadros de Wolf Vostell suenan, y su ruido es un aldabonazo sobre la animalización de lo humano, sobre la violencia de lo fugaz, sobre la agresividad y la destrucción, sobre la mecanización que todo lo consume, sobre el palimpsesto implacable y pavoroso de la vida.

Increíble, 22.06.08

Increíble. Con ese adjetivo le convocan. Y en efecto, increíble es que a estas alturas, siglo XXI y tal, a alguien le interese un hombre verde. Imagínense un sujeto que en cuanto le sube un pelo la tensión –por ejemplo, si le tardan en la caja rápida del súper– crece sin tasa hasta alcanzar la talla de nuestro pajarraco constitucional, se le marca la carótida en el cuello y, sobre todo, se pone del color del campo en que España se tienta hoy los calzones ante Italia. ¿Quién podría creerse algo así? Y en cualquier caso, ¿a quién le preocuparía lo más mínimo? Tenemos la crisis, la hipoteca, el terrorismo y el paro acechando a la vuelta de la esquina. Por tener, tenemos incluso la prioridad del lenguaje paritorio –perdón, paritario– colapsándonos la meninge femenina. ¡Como si fueran a llamar nuestra atención las desventuras de un tal Hulk, alias “la Masa”!
Y sin embargo ellos –los americanos, digo–, erre que erre. Este viernes nos han colado en los cines la enésima versión del gigante verde, que por no vender ya no vende ni espárragos en lata. Llevan intentándolo desde los 60, pero ná. Recuerdo aún aquella insoportable serie de televisión en la que conocí al engendro. Siempre me chocó que cuando el tipo crecía, los pantalones le seguían sirviendo –aunque por media canilla, tipo pirata– pero las camisas no; ni por asomo, oigan. Al parecer, el buen amigo se pone así por un exceso de radiación, si bien eso no debería ser un problema: el otro día le leía en una novelilla a Péter Esterházy que la radiación incrementa el deseo sexual, que así se ha demostrado en Chernóbil y Kozlodui. Pero hungaradas aparte, a lo que iba es a que a nadie, ni grande ni pequeño, le gustaba la petardada aquella. Hace pocos años Ang Lee propuso la versión made in Taiwan para pantalla grande, y se cayó con todo el equipo: a la segunda semana no lo aguantaba ni él, aunque pretendió darle un toque filosófico a la cosa –quizá una reflexión sobre los excesos de las multinacionales camiseras en los países orientales–. Un fiasco.
Ahora el monstruo vuelve por sus fueros, y para que tenga más tirón le han puesto un pedazo miembra al lado; a ver si Liv Tyler le echa un cable, porque el amigo Hulk está miasmático perdido: pero qué mal color, por Dios.

Parole, 14.06.08

Hace un par de días ejercí como jurado -¿jurada?– en un importante premio de poesía. La importancia del certamen no disuadió a algunos osados de participar en tan alta empresa literaria, y en tal empeño no dudaron en ofrecer flores nuevas al refulgente metal de la lengua española. Uno había que se “descarcañalaba por fuera” (¿?) y otro que apelaba a extraños “chupiteles invernales” (¡!) cuyo significado ninguno de los miembros del jurado –tampoco las miembras- logramos desentrañar. Acongojados y acongojadas en nuestro torpe entendimiento ante estos crípticos términos, hubo quien propuso para el externo descarcañalamiento del afligido vate un uso importado de Hispanoamérica, mientras que por el otro flanco de la mesa se avanzó tímidamente la posibilidad de considerar ‘chupitel’ un anglicismo de próxima e ineludible inclusión en el diccionario. Otro de los miembros del jurado se puso súbitamente violento sin razón aparente, pero le sugerimos salir por un instante de la sala y hacer una llamada de teléfono para desfogarse y reciclarse, y hete aquí que volvió muy macho, pero suave como una seda. Sintiéndonos finalmente satisfechos y satisfechas por lo bien que resolvimos el conflicto, nos satisfizo también en el acto, digo en el acta, añadir una petición de propuesta a la RAE de revisión de sus recursos léxicos, decididamente limitados y retrógrados.
Después de perder gran cantidad de tiempo en dirimir estas sandeces nos aplicamos a lo sustancial, que era la elección de un poemario comm’il faut, bien escrito, sin supuestos americanismos ni anglicismos ni mandangas ni mandangos. Por suerte, no emergieron más egregios lexicógrafos, y siendo los que había escasos en número –sobre su “género” o especie, prudente es no precisar–, rápidamente quedaron sepultados en el magma de los ignaros acelomados y pseudobípedos de cuyo nombre es mejor olvidarse… dejando vía expedita a lo esencial de la palabra: la que brilla en el cálamo de los cultos y discretos y se envilece en la desenfrenada boca de los necios. Un sevillano –Manuel Jurado– se llevó el galardón, con un libro en verdad excelente titulado Los dioses vulnerables. Vulnerables, sí, sobremanera en estos tiempos: ante los lerdos ni los dioses siquiera están a salvo.

Melancolía y silencio, 10.06.08

El pintor escribe en su mesa sobre la muerte de un hombre, de un hombre que muere en un oxímoron, dejándose arrastrar por el ciclo de la vida. El hombre es un cazador que en realidad no caza. El cazador pasea, contempla la mudanza en la estación, se da cuenta de que la Naturaleza nace y muere cada año, de que él también debe nacer y morir en la Naturaleza, con el último soplo helado del invierno. El cazador porta un rifle que no usa, porque no puede ni debe intervenir en el curso de las cosas. Un spleen baudeleriano se apodera del hombre en ese instante y todo continúa hasta dejar de ser. El pintor de gabinete tiene a siniestra unos pájaros, un grabado de Goya a sus espaldas y la ternura indiferente del mundo alrededor.
Emilio González Sáinz ha regresado a Santander después de su última exposición –“Marzo”– presentada el pasado verano en la galería Siboney de nuestra ciudad, y ha regresado además con una muy amplia muestra de su obra, que bajo el título de “El cazador melancólico”, puede contemplarse hasta el 29 de este mes de junio en el Centro Casyc de la calle Tantín. Se trata en particular de sesenta y nueve piezas entre pinturas (óleos sobre lienzo) y acuarelas, realizadas entre los años 2007 y 2008; piezas que oscilan entre el pequeño y el medio formato: una distancia que González Sáinz domina y a la que ya nos tiene acostumbrados.
Recuerdo que el personaje del cazador ya estaba presente en el imaginario de Emilio hace años; recuerdo en particular que en su exposición de 2004, “Paisaje de invierno”, esa figura le acechaba ya, de modo encubierto, en forma de poema agazapado en su escritorio; tal vez con Goya a sus espaldas. En aquella exposición estaba el azul –que es los azules– de Patinir, la descubierta lentitud del John Franklin de Nadolny, los hombres frente al mar de Caspar David Friedrich o los patinadores de Henry Raeburn y Brueghel, y más tarde aún, en exposiciones subsiguientes, todos ellos siguieron estando, hasta hoy. Los años han pasado y el cazador entre tanto, ha ido cambiando, tornándose reflexivo y melancólico. La melancolía ha crecido en el cazador de González Sáinz… al tiempo que el silencio en sus cuadros. O al menos eso me parece.
Nunca las obras de Emilio han sido ruidosas; siempre preciosistas, minuciosas, recoletas, han tendido por instinto a la quietud. En esta muestra, no obstante, la quietud ha dejado paso al silencio, a un mutismo que encuentra en sí reflejo y hasta eco. Tal vez el agua, los charcos que en estos lienzos se repiten con especial intensidad, actúen a modo de espejos callados, diseminados en el camino de la búsqueda del Hombre, como poemas semienterrados en la hierba. Lo mismo las naturalezas muertas. Incluso la incertidumbre con la que lucha ‘El loco’ en su turbadora y fascinante serie de acuarelas se produce a modo de ventisca en una película en off; la tragedia es más tragedia cuando su voz no nos acosa: el auténtico terror por fuerza es mudo.

De ese silencio, temible muchas veces, sereno otras, enigmático siempre, participan con especial dedicación no sólo los acantilados o los paisajes de montaña o hielo, sino también las estancias personales del artista, sus “gabinetes” austeros cuajados de libros y de elementos propios de la Historia Natural: animales disecados, caracolas diversas…; gabinetes sin paredes, accesibles, abiertos a la Naturaleza e impregnados de su también tácita sabiduría. Y los pájaros: tantos, tan variados en especies y proporciones, que parecen evadidos del Catalogue de Messiaen y prestos a idéntico recogimiento canoro.
En su bóveda la noche escribe su tratado con silentes palabras de luz. Una mujer nada suavemente bajo su dictado, concentrada en “su música callada, su soledad sonora”. Emilio en su estudio retirado entrega criaturas al feraz sigilo de los astros.

Gallinas en Moscú, 08.06.08

Los alumnos del Conservatorio Manuel de Falla de Cádiz han regresado al fin a casa –con sus instrumentos de cuerda bajo el brazo– después de vivir una de esas excitantes historias de aeropuertos con que las autoridades y responsables de seguridad en el entorno aéreo se encargan de amargar el viaje al más pintado –si me apuran, hasta al mismísimo Miguel de la Quadra Salcedo–; siempre, naturalmente, por nuestro propio bien, como una toma de aceite de ricino. Es más que probable que a los chicos gaditanos que se fueron a Moscú con la ilusión de haber sido invitados por el Conservatorio Chaikovski no se les va a olvidar la experiencia. Hay que matizar, no obstante, que la odisea vivida en el aeropuerto moscovita –cualquiera que este fuese, de los cinco que allí funcionan– exige una reflexión serena; no debe confundirse una legislación absolutamente protectora de todo lo relacionado con el arte –y quién en su juicio podría dudar, sino en esta culta España nuestra, de que un instrumento musical es arte– con una normativa aeroportuaria absurda o un trato denigrante específico.
A mí en particular se me antoja loable que se vigile la posibilidad de traficar con instrumentos musicales. Regresada como estoy de un viaje por Italia en que pude contemplar en la Accademia florentina una selección de bellísimos Amati, Stradivarius y otras maravillas semejantes, entiendo perfectamente que este asunto debe ser objeto de cuidadosa atención. Lo que ocurre es que España la cultura y la música importan menos aún que un figo, y el tratamiento que reciben música y músicos por parte de nuestras instituciones es tan estulto y lamentable que se encuentra normal llegar con un violín a Rusia –donde, a contrario, la consideración hacia las artes es extrema– como Paco Martínez Soria a Madrid con una gallina en el cesto.
La diferencia estriba en que a estos chicos les echaron el alto con lógica en el aeropuerto de Moscú por no llevar en regla los papeles de sus instrumentos –responsabilidad, por supuesto, no de los estudiantes, sino de quienes organizaron el viaje– y a mí en Madrid Barajas me paró los pies un Einstein de seguridad empeñado en que mi perfume Rive Gauche de Yves Saint Laurent (qepd) era un arma de destrucción masiva. Pero es que los del Este son muy raros.

Incentivos, 01.06.08

El asunto de los incentivos cuenta por estos lares con vistoso pedigrí. Los incentivos –espléndido eufemismo– existen desde tiempo inmemorial para conducir a las ovejas descarriadas al redil. Si son determinados ciudadanos quienes quieren obtener ciertas prebendas o resultados a cambio de favores o dineros, entonces la cosa se denomina soborno o corrupción, en sus diferentes modalidades y motivaciones. Por el contrario, si la misma actividad se ejerce desde cualquier Institución de esas que en España se escriben con mayúscula, entonces se habla de incentivos que constituyen un acicate para estimular el buen comportamiento de los ciudadanos. Por si alguien no distingue con claridad la diferencia, pondremos un ejemplo elemental, como de Barrio Sésamo: si papá le lleva al profe de latín un jamón para que apruebe a su niño, se trata evidentemente de soborno; cutre, pero soborno. Si en cambio es la Consejería de Educación la que ofrece a los profes 7000 euros por aprobar alumnos a pasto, entonces se trata de incentivo. Qué bien se explica Coco.
Por si alguien lo desconocía, ya hace años que existe en la Universidad un mecanismo que regula el número mínimo de aprobados por año académico. En cada Comunidad Autónoma hay ligeras variaciones en la aplicación de esta norma, pero en síntesis se trata de demostrar a los ojos de los europeos, siempre desconfiados, que los universitarios españoles son la caraba. Eso sí, al tiempo se regula la concesión de matrículas de honor, que no deben exceder de una o dos por curso, pues eso es menos dinerito que se ingresa en las arcas de nuestra Madre Nutricia. Así que la Consejería de Educación de Andalucía, que se conoce al dedillo lo que “mola” el sistema universitario, y que todavía está escocida por las orejas de burro que le colocó al alumnado andaluz el Informe PISA, consciente además de que el profesorado de Enseñanzas Medias es un poco díscolo porque lo tienen más achicharrado que a un ninot en la Nit de la Cremá, se acuerda del chollo de los incentivos y piensa: si les soltamos dinero a estos pardillos solucionamos velis nolis el analfabetismo de las aulas y cosechamos estómagos agradecidos. Como sigamos por esta vereda, no tardaremos en volver a los tiempos de las delaciones; perfectamente legales e incentivadas, por supuesto.
(En Cataluña ya han empezado, por cierto, a incentivar a los infantes las delaciones de los profes que no parlan catalá).

Callada ingravidez del mundo, 21.05.08

Hace escasos días ha iniciado José Luis Mazarío un nuevo viaje pictórico que parece trazado, como en los mapas y en la mente de los hombres antiguos, más allá de los confines conocidos de la Tierra, más allá de la geometría con que escancia su lenguaje el mundo cotidiano. Los nuevos cuadros de Mazarío nos sumergen en un ámbito donde los humanos pierden pie y donde todo está en un lugar distinto a donde se supone que debe encontrarse. O tal vez sea, simplemente, que la distorsión emocional de Mazarío nos hace percibir lo que en el fárrago de los días que con nosotros viajan no solemos percibir; decía Perec en su Especies de espacios que no sabemos mirar, y tal vez debamos asomarnos a nuestras ventanas interiores –esos leves marcos con que José Luis pespuntea sus miradas– para ver mujeres que vuelan o noches de amor sin luna.
En la Galería Siboney y hasta el 10 de junio ha reunido Mazarío una treintena larga de obras, salidas en su mayoría de un intenso proceso de casi aislamiento y absoluta dedicación entre los años 2007 y 2008. Con excepción de algunos lienzos de mayor tamaño –en todo caso no muy grandes, no más allá de un metro–, la exposición “Caos y armonía” se nutre de obras sobre tabla en pequeño, e incluso muy pequeño, formato (pueden encontrarse varias piezas de tan solo 20x20 cms., como por ejemplo una deliciosa vanitas iluminada por un único, humilde e inquietante punto de luz). Es evidente que la media y pequeña distancia constituyen el ámbito en que Mazarío se halla más a gusto, seguramente también en el que más sentido cobra su peculiar lenguaje. Debe señalarse, no obstante, la presencia en esta exposición de una distinción muy marcada entre dos paletas no sé si contrapuestas pero sí distantes. Por un lado, encontramos al Mazarío más habitual de contornos oscilantes y tonos oscuros, plúmbeos y acuáticos, de figuras alígeras y evanescentes como salidas de un cuadro de Chagall, frente a un universo más nuevo y restallante, impregnado de figuras compactas y temas orientalizantes o indígenas, de volutas plenas de colores incendiados –rojos, naranjas, amarillos, turquesas…- y perfiles torturados, que recuerdan ora el más agresivo fauvismo, ora el primitivismo de Gauguin o Matisse.

Quizá en este último camino deba intensificar Mazarío su investigación, desbrozar las orillas y arrancar las malas hierbas para llegar a una esencia que en estos nuevos cuadros, a pesar de algunos apuntes de interés, aún se le escapa. O tal vez es que estemos demasiado acostumbrados a esas escenas suyas en que la serenidad es elocuente y la figura humana un leve hilo de cometa que puede conducir a un estrato insospechado, allí donde la gravedad no existe y las palabras se desparraman por el aire en un discurso alejado de la convencionalidad –algo bastante parecido, en suma, a la umbría caverna de la poesía–. En muchas de estas tablas se sigue apreciando esa maestría en el manejo de los planos tan característica de José Luis, ese misterio en el decir callado –un tanto delvauxiano– de las figuras flotantes o en los paisajes recoletos, esa limpieza en un mantel extendido sobre un velador junto al mar, esa asimetría que cuestiona el corazón de las certezas, esa sorpresa en el ángel incorpóreo que se asoma para anunciar lo inesperado; ángel trasunto, tal vez, del pintor, que a su modo susurra lo inefable: Mazarío en su ventana que es un lienzo.

De Cai, 18.05.08

Hace algunos días leía en una atinada columna publicada en estas mismas páginas que, de algún modo, resultaba lamentable que Cádiz y los gaditanos fueran conocidos esencialmente por el empleo de unas determinadas peculiaridades lingüísticas –en concreto, los apelativos ‘picha’, ‘chocho’ o ‘quillo’. Es bien cierto que, sin tener necesidad de renunciar a determinadas señas de identidad, no es aconsejable que esas señas nos esclavicen hasta el punto de erigirse en único rasgo distintivo, habiendo otros elementos tanto o más exportables que estos. De estas simplificaciones derivan “choteos” y tópicos que en nada nos benefician, y quien crea que afirmar tal cosa sea rematada hipérbole, que se pare a pensar en los pobres habitantes de Lepe, a quien todo quisque toma por el pito de un sereno.
El caso es que andaba yo pensando en estos temas cuando me percato de que los gaditanos no sólo ocupan titulares de prensa por semejantes patochadas, sino también por su contumaz afición a pasarse por las corvas el reglamento de Tráfico. Es de recordar, penosamente, que el primer detenido sin carné de conducir a raíz de las nuevas disposiciones de la DGT al respecto era oriundo de este suelo. En estos días continúa el goteo de infractores “de Cai”, que al parecer ocupan las primeras posiciones en el total hispánico –en proporción, se entiende– por su inobservancia de las reglas. Es cierto que en España tenemos alergia a comportarnos cívica y civilizadamente en relación con la conducción (entre otras cosas): los semáforos están de adorno, las pautas de velocidad son para los otros, las rayas continuas se hacen discontinuas cuando nos conviene… pero conducir sin carné de forma reiterada ya pasa de castaño oscuro. Y lo peor de todo esto es que se entiende que la situación tiene gracia, que se es más machote cuanto más se transgrede la ley, que “mola” comentar con los colegas ante unas cervezas que fíjate, por ahí ando sin carné y no pasa ná de ná, que a los de Cai esas pamplinas nos resbalan, quillo.
Es obvio que los logros de esta hermosa tierra son muchos, muy dignos y muy otros. Lástima que algunos tópicos promovidos por sólo unos pocos “de Cai” los echen por los suelos.

Pájaros urbanos, 12.05.08

El proceso de construcción de las ciudades es uno de los temas más fascinantes que pueden salirle al paso a un arquitecto, economista, historiador o sociólogo. De modo similar a una lengua, o a cualquier otro organismo vivo, la ciudad crece como producto de decisiones humanas –erróneas unas, brillantes otras– y también de condicionantes culturales que van trazando sus formas y que hacen que Karlovy-Vary, Chicago o Cádiz nos presenten caras por fortuna tan distintas.
En estos días se nos echan encima cambios importantes que habrán de alterar la cara de nuestra ciudad, y no precisamente para bien. A algún cráneo privilegiado se le ha metido en la mollera que hay que echar abajo el edificio de Náutica, en una decisión carente del sentido histórico y cultural más evidente. Por aquí semos así. Pero no sólo en eso. Si algo particulariza a las ciudades españolas respecto a las europeas es el odio a la vegetación. El Englischer Garten muniqués, por citar un ejemplo señero, es en España impensable. La fobia a plantas y árboles la demuestran ya los propios ciudadanos con sus actos vandálicos, pero en el caso de los políticos la acción es aún más devastadora: la aversión al verde se traduce en la tala indiscriminada de ejemplares valiosos, en la sustitución de parques por hormigón (más rentable para los bolsillos personales) y en la resistencia manifiesta a proyectar cualquier pulmón dentro de los límites urbanos, por no hablar del abandono que se inflige a los precarios espacios verdes existentes. En Cádiz, el Parque Genovés y los jardines de la Alameda son ejemplo vergonzante de una desidia que debiera abochornarnos cada vez que un turista pone aquí las plantas. Pero no, no hay miedo, que tenemos bien adiestrado el incivismo.
Parte de la configuración de la ciudad son también sus monumentos, quién lo duda. En esta semana, la inauguración del pájaro constitucional con garras dictatoriales (hay que ver qué uñas, por Dios, dan miedo) ha proporcionado buena muestra del desprecio ecológico de nuestros políticos: se arranca para ello un hermoso ficus cuando se supone que el hábitat natural de cualquier pájaro es un árbol. Pero en España los pájaros viven en las instituciones o en los páramos; tal vez por eso todos ellos necesiten de urgente manicura.

Aquí un detalle de las zarpas del monstruo de Frankenstein: garras de buitre, muslos correosos de pollo viejo, cuerpo de huevera y cola-escalera de Jacob. Vean, vean...


Hierro a través, 08.05,08

Hace escasamente una semana cumplió Santander una de las muchas deudas pendientes que mantenía con nuestro poeta más querido. A propósito empleo esta etiqueta, porque si ha habido en esta tierra un poeta apreciado, un poeta conocido, un poeta que no ha dudado en hablar sin protocolos con la gente en cualquier parte, un poeta accesible para los escritores jóvenes, un poeta incansable a la hora de firmar e ilustrar libros, ese ha sido José Hierro. Por si esto fuera poco, por si no le bastara siquiera haber elevado la poesía a género frecuentado (no olvidemos su best-seller, Cuaderno de Nueva York) ni haber recibido todos los premios que recibió en su fecunda trayectoria ni haber emocionado sistemáticamente a auditorios enteros en sus generosos recitales, por si todo esto fuera poco, digo, Pepe hizo siempre tan suyo el nombre de Santander que pocas personas tienen conciencia de que el poeta nació en realidad en Madrid.
Hace escasamente una semana, pues, se decidió al fin Santander a testimoniar su homenaje al poeta mediante una escultura a él dedicada, obra de Gema Soldevilla; un proyecto que llevaba durmiendo largo tiempo y que finalmente ha visto la luz… y el mar. El cubo diseñado por Soldevilla, con una plasticidad e inteligencia muy poco habituales en la escultura urbana no sólo de nuestra ciudad, sino de tantas otras en nuestro país, reproduce en el vacío –y ya es difícil esto– una de las dos señas de identidad de Pepe Hierro: su peculiar, rotundísima cabeza (su otro elemento identificativo lo constituían, sin dudar, sus manos), perfilada en y a través de siete paneles de acero con lograda textura de madera. La cabeza de Pepe, modelada así en el aire, se llena de lírico mar por su situación concreta, en el tramo final del paseo marítimo, ya junto a Puertochico. De este modo se ha querido respetar el deseo del poeta de permanecer junto a las olas, si bien ya se han elevado voces de protesta contra la localización del monumento, que para muchos entorpece la limpia visión que hasta el momento se disfrutaba de esta zona; a mí, por el contrario, la ubicación me genera una sensación de fin de viaje, dado que la escultura se ha situado al término mismo del paseo, casi como si no restara más espacio para colocarla… pero por lo demás no me molesta mirar a través de la cabeza de un poeta; será que yo soy rara.
Más extraño, sin duda, pareció el propio acto de inauguración, en que, por motivos inexplicables –mejor no entrar en semejante tesitura–, apenas hubo presencia de personas del mundo de la cultura, menos aún del mundo de las letras. Lástima. Algo que forma parte del peculiar anecdotario santanderino y de lo que cada quien, en su nivel, debiera extraer su moraleja.
Han pasado ya más de cinco años desde la muerte del añorado Pepe Hierro, y este es uno de los primeros aldabonazos materiales del recuerdo desde entonces. Pepe Hierro no cuenta siquiera con una calle o plaza en esta ciudad que tanto quiso, reconocimiento que en cambio se ha otorgado a personajes infinitamente más irrelevantes. Del asunto de la estancada Fundación Hierro mejor no hablar, que ya lo he hecho en otras ocasiones y no me gusta repetirme; por ende, ya sabemos que hay prioridades “infinitas” en la cultura regional. Así que por el momento conformémonos con el acto poético de soñar Hierro a través, que más gestos no hay en lontananza.

Educación, 02.05.08

Qué difícil es delimitar el ámbito preciso de la educación. En estos días en que asistimos a la penosa batalla (ya sentencia) legal acerca de dónde clavar los postes de la valla, cabe preguntarse por qué continúa siendo la educación un arma arrojadiza y, sobre todo, un instrumento de manipulación de las conciencias con vistas a la formación de ciudadanos que ejecuten órdenes transmitidas a través de un chip instalado allá por donde Descartes situaba la glándula pineal, esa minúscula cosita que ponía en relación el alma con el cuerpo.
Con independencia de que estemos más o menos acordes con la redacción concreta de los textos que integran la polémica asignatura de Educación para la Ciudadanía, lo que debe hacernos reflexionar es la base ¿jurídica? sobre la que se sustenta la sentencia con que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía anula determinados contenidos de la asignatura en cuestión: y es que parece ser que plantear el respeto entre hombres y mujeres e intentar educar a los jóvenes en ese ideario obvio “invade la ética, el derecho y la moral”, aparte de suponer una vulneración de la “neutralidad obligada del Estado”. Mientras leo en la prensa estas descabelladas elucubraciones del TSJA, y a punto de caer en la tentación (irresistible, es cierto) de creer que la oligofrenia se ha apoderado de algunos de sus miembros, me pregunto por qué hay jueces que sistemáticamente se pasan por las corvas nuestra ley de leyes, esto es, la Constitución Española, con la mayor de las impunidades. El artículo 27.2 de la CE afirma que “la educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”, artículo que, al parecer, nuestros sesudos jueces ignoran.
Apelar al supuesto derecho de los padres a educar a sus hijos en exclusiva dentro del ámbito doméstico (¿a la manera de Josef Fritzl, por ejemplo?) es una pretensión peligrosa, además de una entelequia en el sistema en que vivimos; por algo firmamos ya hace algunos siglos un Contrato Social con aceptación de áreas comunes y separación de poderes… aunque hace tanto de esto que algunos –en especial nuestros jueces– ya no lo recuerdan.

Agujeros y leontinas, 20.04.08

La (mala) fama atribuye a los españoles el vicio de la impuntualidad. Llegamos tarde a las citas y al trabajo, no cumplimos como Dios manda un horario. Sin embargo, hay en nuestro país excepciones para el orgullo, capaces de desmontar tal tópico ante el mundo y, sobre todo, ante nosotros mismos –en definitiva es lo que importa–. Y para quien no se lo crea, dos ejemplos que le fundirían los plomos al más maledicente: la Navidad… y el Doce. Siempre me he preguntado cómo es posible –y soportable- que la orgía de turrones y luces navideñas nos machaque sin piedad las meninges desde el mismísimo octubre con pertinacia y premura sorprendentes. La Navidad llega a España mucho antes que a cualquier otro lugar del planeta, cuando ni siquiera los Reyes han ensillado los camellos. Pero lo del Doce… ha batido su propia marca. Porque según mi calendario, aunque faltan aún cuatro años para la cosa –dejando a un lado la deseable antelación que evite las chapuzas, otro de nuestros pecadillos nacionales–, la publicidad empieza ya a bombardearnos implacablemente; tanto es así que el fervor propagandístico no se ha detenido siquiera ante los edificios oficialmente declarados como patrimonio protegido o bienes de interés cultural, que se han visto agujereados como quesos vulgares con no otro afán –imagino– que el de prevenir nuestro olvido.
De modo que unas cuantas banderolas conmemorativas del Bicentenario ondean ya hace semanas en nuestra memoria y en nuestro casco histórico, aunque nos dicen que se van a retirar rápidamente, ante la polémica suscitada por el deterioro infligido al patrimonio de la ciudad. Más vale que no trascienda el nombre del operario de gatillo fácil que, entusiasta del Black&Decker, ha taladrado medio Cádiz, porque a lo peor le dan garrote al más puro estilo XIX; un cabeza de turco siempre alivia los problemas. Más absurdo parece el anuncio simultáneo de que en el verano van a volver a colocar los cartelillos: ¿aprovecharán los mismos agujeros o harán otros?
En cualquier caso, lo más chusco es que pensando en 2012 no reparamos en lo que pasa en 2008. No afirmaré que sea ese el malévolo propósito de la campaña pero entre tanto, como hace poco dijera Quignard… quién sabe lo que en el día de hoy nos deparará el futuro.

Ventanas, 12.04.08

Hace dos días, en Menorca, una mujer saltaba al vacío desde la ventana de un tercer piso empujada por el terror a su pareja. Pocas imágenes más gráficas que esta. Sabemos cotidianamente de asesinatos y golpes, de vejaciones físicas y psíquicas con que muchas mujeres arrostran un simulacro de vida que se asemeja en realidad mucho más a la muerte. Pero esa mujer de 26 años, por supuesto no más víctima que el resto de sus compañeras de horror, se me antoja en su caída el símbolo que debiera sublevarnos ante un tema al que no se concede aún la debida importancia: el terrorismo doméstico.
La mujer de Menorca no ha sido la única. En lo que va de año, se han arrojado por la ventana sendas mujeres en Valencia, Oviedo, Zaragoza y Málaga; todas ellas prefiriendo la muerte al maltrato. Esas cinco víctimas claman contra quienes piensan que este tema cansa, contra quienes creen que estas mujeres tienen lo que se buscan, contra quienes piensan que denunciar a los hombres es acosarlos, contra los machitos que se hacen las víctimas ante meras desavenencias de pareja, contra los jueces cavernarios que obstaculizan la Ley contra la Violencia de Género para que las malas bestias sigan campando por sus fueros.
Javier Arenas anuncia que su grupo presentará una propuesta de seguridad personalizada para mujeres maltratadas. Bien parece, aunque sería idóneo que tales proyectos no adquirieran tinte político, sino que sirvieran para hacer frente común contra una lacra deleznable. Es probable que la propuesta se frustre en una ciega colisión de partidos como la que nos abochorna en otros ámbitos, por no hablar de las voces que ya se han levantado contra los gastos que ocasionarían tales medidas; como si en esta España nuestra no se dilapidaran recursos en fastos y estupideces vergonzantes. Nuestros representantes prefieren meterse el dedo en el ojo en lugar de buscar soluciones en conjunto para los problemas que nos acucian. Así semos.
Mientras sigan arrojándose mujeres por las ventanas no deben cesar las protestas, las medidas legales, el escándalo social, el diálogo político. No mientras las ventanas sigan siendo la única esperanza para tantas mujeres de descansar en paz, aun a costa de dejarse el cuerpo hecho pedazos en el suelo.

Sahara, 06.04.08

Hace poco más de un mes, el 27 de febrero de 1976, se cumplió el 32 aniversario de la proclamación de la República Árabe Saharaui Democrática en un territorio que, de algún modo, sigue bajo la responsabilidad ética de España, por más que España se pase por las corvas toda ética. Desde hace ya 32 años se alienta la indigencia del pueblo saharaui con absoluto desparpajo, desde todos y cada uno de los gobiernos de España que han venido sucediéndose desde aquel postrer estertor franquista por el que se confinó a los saharauis en la más descarnada hostilidad del desierto del Sahara, la Hamada argelina. Por lo demás, es sabido –aunque internacionalmente se mire hacia otro sitio– que los saharauis son represaliados por la policía marroquí en las ciudades ocupadas del Sahara Occidental mientras el Gobierno Español no se acaba de animar a cumplir con lo estipulado por el Derecho Internacional en materia de descolonización, algo que bien se reclama para otros Estados de reconocido peso específico… y económico –verbigracia, el israelí. Para rematar la oprobiosa situación, la comunidad internacional viene sometiendo a los refugiados en los campos de Tinduf a todo tipo de privaciones, incluyendo las alimenticias básicas: los envíos con ayuda humanitaria disminuyen porque quienes duermen en hoteles de cinco estrellas y tragan a todo papo y elucubran sin recato en los foros al efecto creen que es más sano en el desierto un ligero picoteo que una copiosa comilona, aparte de que, como pude leerle a un observador bien enterado en estos temas –mi amigo F. Llorente–, alguna “luminaria” ha decidido que son 96.000 los saharauis refugiados en los campos, en lugar de los casi 200.000 reales. Dividir los recursos a la mitad estimula el espíritu solidario y el sentido de la continencia, quién lo duda.
En semejante clima de abusos, leemos que un centenar de saharauis guardan ordenada cola –no pierdan este esclarecedor detalle– ante la Oficina de Extranjería de Cádiz para pedir la nacionalidad española, apelando a la existencia real de antepasados, en algunos casos muy cercanos –padres, abuelos– que eran españoles antes de que España abandonara al Sahara a su suerte. La Subdelegación de Gobierno califica de “absurda ficción” la pretensión de estos saharauis y se queda tan campante, mientras en este país no se duda en meter a espuertas a todo el que lo solicite, venga de donde venga. La ley para la obtención de la nacionalidad española es muy clara al respecto: todos los extranjeros nacidos fuera de España pero de padre, madre, abuelo o abuela españoles de origen, pueden solicitar la nacionalidad con un año de residencia legal. Qué estrictas son las leyes para algunos, qué laxas para otros. Y qué poca la vergüenza histórica, ahora que la memoria ídem está tan de moda.

Límites... de la cultura, 03.04.08

El pasado martes se inauguró en la Sala Mouro del Faro de Cabo Mayor la exposición Límites, una propuesta que, con origen en el pasado otoño, congregó entonces a lo largo de varias jornadas a la poesía, la literatura y la fotografía en torno a un hilo temático común, como es el de los lindes en el territorio de la creación, y que en esta particular muestra del Faro reúne aquellos trabajos alumbrados y desarrollados en noviembre. La exposición se completa con un espléndido catálogo, diseñado con sobrio y exquisito gusto por el asimismo comisario de la exposición, Jesús Alberto Pérez Castaños. Nada de esto, en verdad, sería específicamente reseñable en un entorno en que predominaran las iniciativas culturales bien organizadas, con la debida consideración a los artistas y al público, llevadas a buen término y convenientemente arropadas en recursos y difusión. Bien al contrario, no es extraño por estos lares –también por muchos otros– que se piense que las iniciativas culturales constituyen una penosa obligación que hay que cumplir para lavar la imagen, y que por ello lo que conviene es mirar el céntimo de euro y hasta el espacio en que se celebran, porque, en definitiva, ya se sabe que la cultura es cosa de pocos y cosa, además, poco rentable. Y así piensan, en efecto, quienes no saben ver más allá de sí, quienes ignoran que la cultura en otros países está moviendo cantidades económicas apabullantes que suponen un elevado tanto por ciento de su PIB, quienes no tienen la menor idea de que la cultura es capaz de generar muchos puestos de trabajo, quienes no pueden concebir que la cultura es un regalo perdurable que requiere de cuidado a largo plazo en lugar de migajas y desplantes inmediatos, quienes ni siquiera se imaginan que hay grandes ciudades que viven de y gracias a la cultura.
De modo que cuando en nuestro Santander tiene lugar un acontecimiento cultural bien tratado, el asunto se convierte inexcusablemente en noticia. Límites ha sido una de esas ocasiones, auspiciadas, todo hay que decirlo, por la celebración de los 75 años de la Autoridad Portuaria, institución con una larga y encomiable trayectoria vinculada al patrocinio del arte, la música y la literatura; trayectoria que es de esperar, por el bien de la cultura de Cantabria, que no decaiga. Si al interés de la Autoridad Portuaria se une el entusiasmo de quienes tienen probada capacidad de proponer proyectos y sacarlos adelante, e igualmente la entrega de quienes participan y asisten, pues nos encontramos con un proyecto como Límites. Esperemos que haya más, con el fin de que la maltrecha “Atenas del Norte”, como en un tiempo quiso titularse esta ciudad, pueda mirar hacia delante con su propio nombre y el de las personas que la hacen posible. Para los descreídos, traigo hasta aquí la atinada sentencia de Plutarco: cultura es lo que permanece cuando todo lo demás se olvida. Ahí queda eso.