El Estatuto es bueno, 21.06.06

Estamos de enhorabuena. Por fin ha salido adelante el traído y llevado Estatuto –me empeño expresamente en adjudicarle nombre en román paladino–, respaldado por una ¿amplia mayoría? de tres cuartas partes del 49% de los ciudadanos catalanes que acudieron a las urnas. Aunque una es de letras, soy capaz de calcular que ello supone que el Estatuto ha sido aprobado –ergo impuesto– por sólo el 36% real de ciudadanos catalanes. Nos lo pinten como nos lo pinten. Todo un éxito… y más para una democracia comm’il faut. ¿A ver si al final va a resultar que el Estatuto es un “corrá”? Pero no banalicemos. El Estatuto es la madre de las Revelaciones, es el Génesis transcrito de un nuevo Estado de las Luces, el esforzado Prometeo que se subleva contra España para poder iluminar su aldea; cierto amigo mío dice que el Estatuto posee la transcendencia de la mismísima Anunciación: imagínense la escena –si Fra Angélico permite–, con la Virgen Cataluña escuchando la buena nueva de los crisoelefantinos labios del arcángel San Pasqual.
Repito, no obstante, que estamos de enhorabuena. Y ello por motivos varios. En primer lugar, es de esperar que después de la gozosa resolución se acceda a dejarnos tranquilos con esta mugrienta cortina temática que ha servido para encubrir asuntos más graves e importantes que ocurren en este lado de la cerca –es decir, España, pues es de imaginar que a partir de ahora las fronteras entre “nuestro país” y la recién nacida Catalunya estén más reforzadas. Por otra parte, es previsible que los billetes de avión con destino a Barcelona bajen de precio pues, como es sabido, viajar al extranjero es más barato que hacerlo en la Península. Pero sobre todo –lo que aquí más interesa– espero que a partir de hoy podamos disfrutar del derecho a hablar de Lérida o Gerona como de otros lugares foráneos, omitiendo ese absurdo y molesto modismo, tan inexplicablemente difundido, de decir Girona o Lleida. Nunca he entendido muy bien por qué hablamos de Inglaterra y no de England, o de Austria y no de Österreich, o de Francia y no de France, y en cambio las estultas normas de lo políticamente correcto mandan decir en público Girona y Lleida –y también A Coruña y Ourense, que van a ser los siguientes en ponerse a la cola de nuestro complaciente Poder Ejecutivo. Aunque en realidad sí intuyo cuál es el motivo de semejantes torpezas lingüísticas –lingüísticas en primera instancia–, pero prefiero callármelo, no vaya a pasarme a la vuelta de la esquina lo que a Albert Boadella o a Arcadi Espada, a los que se sacude el polvo porque no asumen que “la cultura és un dret” (Maragall dixit, en referencia sin duda a la cultura de la incultura, al “dret” de la imposición y del mamporro).
El abuso lingüístico, que roza lo inconstitucional y deleznable, perpetrado no por la totalidad, sino por determinados sectores en Cataluña (ese 36% de los catalanes de pro) ya es un hecho consumado desde hace muchos años, con lo que el Estatuto viene únicamente a refrendar una costumbre inmemorial: si a alguien le pareciera excesiva esta afirmación, me limitaré a poner de ejemplo que los impresos de acceso a la Universidad en determinadas facultades catalanas aparecen estrictamente en catalán y en inglés; las páginas web correspondientes, aun en su versión castellana secundaria, declaran abiertamente que ciertos contenidos no están disponibles en castellano (véase la página de la UAB, donde la especificación de tribunales, lugares de examen y resultados de las pruebas de acceso se encuentran sólo en catalán; por su lado, la UB indica capciosamente que los alumnos pueden elegir su lengua de enseñanza, al tiempo que aconseja expresamente la realización de cursos de catalán, pues en la práctica es el profesor, o incluso la Universidad, quien determina la lengua empleada). Si tal hacen las instituciones, y sobre todo la Academia, imagínense una horda de indocumentados que piensan –o mejor, atisban, y esto con dificultad– que “la cultura és un dret”, porque alguien se empeña en contárselo a la babalà; como es lógico, esos llegan a las manos.
Así que el Estatuto va a ser bueno para todos. A ver si algunos catalanes se sosiegan ya y los que somos partidarios de la pluralidad –lingüística y no sólo– podemos seguir gozando –verbigracia– de Ausiàs March o Jordi de Sant Jordi o Joan Salvat-Papasseit o Joan Margarit en su lengua original. Sense obligació, de gust.

Más que mil palabras, 14.06.06

El término “cultura” es tan sinuoso y sugerente como pueda serlo la muda de una serpiente; y el símil no es casual ni retórico. Pienso en su transparencia, en sus formas, en la perversidad de su contenido precedente y luego en su vacío. Una imagen, sin duda, que podría dar que pensar a más de uno. Hay imágenes, sin embargo, mucho más elocuentes que ésta; y que sin duda insuflan un concepto de cultura tan turbador, desconcertante, como la piel de la más exótica serpiente. Imágenes que entrañan mucho más que mil palabras.
Podríamos detenernos en el curioso –y significativo– proceso de mutación que implica la transformación en objeto artístico de imágenes que en principio no lo son. Nadie podría dudar que uno de los ejemplos más llamativos ha sido, en los últimos días, el tratamiento de la muerte de Abu Musab al-Zarqawi. Creo recordar que fue Plinio quien dijo que cuando moría un hombre, moría una cara que no se repetirá. Nada más cierto, máxime en este caso. El rostro difunto irrepetible de al-Zarqawi ha dado la vuelta al mundo –como era de esperar– pero lo más insólito ha sido la forma en que lo ha hecho. Convenientemente enmarcado, con su paspartú y todo, Abu Musab al-Zarqawi se ha hecho merecedor de un hueco no ya en las páginas correspondientes de Internacional, sino en las de Cultura y, si me apuran, en las de algún manual de Historia del Arte Contemporáneo. No sabría precisar muy bien si la conversión del rostro de al-Zarqawi en objeto de arte es anterior o posterior a su enmarcación. Es probable que algún marchante destacado de los Estados Unidos de La Cosa haya reparado en la excepcional textura de la piel amortajada del colega de Bin Laden, en su semiológica expresión –si Michel Foucault viviera, se le pondrían los dientes largos con el particular. Tal vez incluso algún galerista cool haya pensado en la posibilidad de montar alguna exposición con ésta y otras muestras similares –verbigracia, las cabezas de los tres recientes y desconsiderados suicidas de Guantánamo; al fin y al cabo la propuesta no sería excesivamente novedosa, pues algo parecido pergeñó ya hace algunos años el “artista” británico Damien Hirsch, fotografiándose junto a la cabeza cercenada de un cadáver. De momento, mientras estas ideas crecen, prosperan y se multiplican –como los panes y los peces– se ha optado por la versión rápida, que es la moldurita apañada. El soldadete americano que orgulloso ha mostrado al orbe la foto ampliada y debidamente orlada del finado –por otra parte execrable terrorista– me ha recordado a aquel personaje que aparecía en el primer artículo de, ¡qué casualidad!, aquella obrita deliciosa de Thomas de Quincey: Del asesinato considerado como una de las bellas artes; me refiero al “hombre morbosamente virtuoso” (sic) que presenta sus conclusiones sobre la materia –esmeradas y casi enmarcadas– ante una Sociedad de Expertos en el Asesinato…
Pero no todo el arte es tan refinadamente trascendental. O sí, según se mire. Porque también la reelaboración de la más recia tradición de la Historia del Arte Universal tiene su miga. Pura reconstrucción derridiana, quién lo duda. No otra cosa es el remake del fresco de Leonardo, La Última Cena, convertido hoy en La última cena de Sven por obra y gracia de la televisión británica para promoción del mundial de fútbol. Noble motivo para fazaña semejante. En esta nueva obra maestra del arte de todos los tiempos –muestra impagable del renacimiento cultural y creativo en que nos hallamos inmersos– Jesucristo es Beckham (tal vez por su relación con Magdalena Adams), San Juan tiene el careto del entrenador Sven-Goran Eriksson y el resto de convidados al festín son los apostólicos compañeros de selección del inglesito de oro (no sabemos muy bien a quién le ha tocado hacer de Judas). Increíble pero cierto.
Del avanzado estado de la intelección humana en la actualidad cabe esperar el advenimiento de nuevas producciones artísticas –elocuentes más que mil palabras– que redundarán en el avance de la raza bípeda hacia nuevos territorios. Hacia cuáles en concreto, ya es otra cuestión. Seguiremos informando.

Blanca Varela: oscura perfección, 07.06.06

La poeta silenciosa cumple en 2006 ochenta años. Creció al abrigo de libros y valses criollos, y siempre fue menuda como el lápiz pequeño que en cada rincón la asiste. Hoy su figura no ha variado demasiado, sigue siendo tímida y discreta, pero su nombre –el nombre de Blanca Varela, la recia dama de Lima– ha adquirido enorme dimensión.
Su conocimiento en España ha sido tardío. Se insinuó hacia 1999, con la publicación en Visor de la antología Como Dios en la nada, que pasó relativamente inadvertida; será en 2001 cuando realmente se tenga conciencia de la escritura de la poeta peruana, con la aparición de su poesía reunida (en concreto, su producción entre 1949 y 2000) publicada por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores con el título Donde todo termina abre las alas. El libro fue un rarísimo acierto, desde la portada de Fernando de Szyszlo, siguiendo con un atinado y minucioso prólogo de Adolfo Castañón y terminando al fin con un epílogo que no era epílogo sino pura poesía: una serie de personalísimas anotaciones dialogadas firmadas por Antonio Gamoneda. El volumen incluía además el último libro de la poeta, inédito hasta ese momento: El falso teclado, dedicado a José Ángel Valente. Hace pocos meses, el Instituto Nacional de Cultura de Perú, en su propósito de recuperar a autores de la Generación de los 50, ha publicado en Lima una antología no muy bien resuelta de Varela con el nombre El libro de barro y otros poemas; inserto en esa antología, El falso teclado se publica en Perú por vez primera.
La obra poética de Blanca Varela se ha vinculado en ocasiones con la de la argentina Alejandra Pizarnik, uno de los grandes mitos de la poesía hispanoamericana contemporánea. Poetas ambas comprometidas en el durísimo ejercicio de la palabra desnuda –más que desnuda descarnada–, exacerbada en su más cortante exactitud; poetas ambas de una oscura perfección, casi simbólica del ancestral enigma del lenguaje femenino. Sin embargo, a mí se me antoja que Pizarnik practica una hondura y una severidad poéticas cercanas casi a lo instintivo, a lo animal, y entonces al terror (como diría Mandiargues), mientras que Varela es intelectualmente cruel, solitaria y tácita, no por ello menos contundente. Octavio Paz ha señalado esta distancia entre las dos, diciendo de Alejandra que su obra es “una amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana”, en tanto que Varela es “una piedra negra tatuada por el fuego y la sal, el amor, el tiempo y la soledad”.
En el quehacer de Blanca Varela tendrá un influjo importante el poeta peruano Adolfo Westphalen, director de la revista Las moradas, de quien toma quizá la postura de permanente crítica intelectual de lo lingüístico. Fuera de Perú, mirará Varela hacia Lezama Lima y Paz; y en España, Valente, Gamoneda, Claudio Rodríguez incluso, serán también referentes esenciales. A la vista de esta elección estética cobra sentido pleno, por ejemplo, el exquisito recuerdo hacia Malevitch, que responde al mismo ideal de persecución de la pureza destilada y progresiva que obsesionaba al pintor ruso (sólo el blanco y el negro, sólo la cruz o el círculo): “de lo inexacto me alimento/ y toda el agua de los cielos es incapaz de lavar/ esta ínfima y rebelde herida de tiempo que soy/ (...)/ suave violencia del sueño/ palabra escrita palabra borrada/ palabra desterrada/ voz arrojada del paraíso/ catástrofe en el cielo de la página/ hinchada de silencios/ (...)/ el otro lado sigue igual/ nada que la luz no atraviese y oculte/ nada que no sea la antigua y sagrada inexactitud/ que golpea maderos bate alas/ e incendia gargantas y corazones”.
De una temprana etapa parisina, de los contactos con Cortázar y Breton, con Sartre y Beauvoir, con Giacometti y Tamayo, con Michaux y Léger, asumirá Blanca Varela una postura paradójicamente escéptica hacia el arte y la hojarasca del mercado cultural (que aún sigue detestando), y sin embargo adquirirá una fe absoluta en el valor del signo, en ese acto de legítima defensa que es la significación más esencial contra la vacuidad de un entorno pretenciosa y pretendidamente culto. El signo que contra el garabato inmortalizaría años más tarde Octavio Paz. Es en ese despojado código donde se identifica la poesía de Blanca Varela: poesía incesante en pos de un momento de silencio preñado de prístino sentido, “momento como tumba o nacimiento,/ lugar de encuentro”.

Huevos y spam, 31.05.06

Parece que podemos descansar. Uno de los principales enigmas de la Humanidad, después del de la esfinge tebana, ya está resuelto. La célebre y un tanto estulta cuestión “qué fue primero, el huevo o la gallina” ha encontrado respuesta gracias al agudo intelecto de un científico, un filósofo y un avicultor británicos. Según ha publicado el sesudo diario The Times –que por lo que se ve prefiere dedicar su atención a estas materias que a la peliaguda situación política que atraviesa actualmente His Majesty’s Country–, es ya indudable que in principio erat ovum. El profesor John Brookfield ha aclarado que el ADN del organismo que está dentro del huevo es el mismo que el del organismo que de él ha de salir –algo que por otra parte no era difícil de suponer. El filósofo David Papineau ha añadido un pensamiento más enrevesado a la cuestión: “Si un canguro pusiese un huevo, y de él saliese un avestruz, el huevo sería de avestruz y no de canguro”. ¡Dioses! Esto empieza a complicarse. Por su parte, Charles Bourns, de profesión granjero y con mucho que decir en semejantes asuntos, ha querido también tomar parte en el debate y añadir su puntito críptico al enigma: "Los huevos existían ya antes de que naciera el primer polluelo. Claro que tal vez no tuviesen el aspecto de los de hoy".
A la vista de la relevancia del problema, de la profundidad de las conclusiones y del nombre de los implicados, no puedo evitar acordarme del spam. La noticia de este huevo cósmico en el Times es spam periodístico puro y duro, y cada vez hay más. Si se observa detenidamente, la proporción de noticias tan “curiosas” como irrelevantes (spam, o sea) va creciendo de día en día en todos los diarios, incluso en los serios. Ya no se trata de que un hombre muerda a un perro, sino de inquietantes misterios en que pueden verse envueltos huevos, gallinas, avestruces, el ADN, Dan Brown o el mismísimo Jesucristo. Los gestores de estas noticias trabajan sin descanso, igual que los firmantes del correo basura, que nos hacen sus envíos en cualquier momento del día o de la noche, siendo de su especial preferencia las turbias horas de la madrugada –extraña forma de economía sumergida, me imagino. Seguro que Papineau meditaba sobre los canguros solitariamente acompañado por su flexo a las 3:46 AM, y que Bourns pensaba en la forma de los huevos primigenios mientras daba vueltas en su cama en Nottingham a las 4:28 AM. Todo para que la más temprana edición matinal del Times (y similares) esté debidamente abastecida.
Por otro lado, reparen en los nombres: John Brookfield, David Papineau, Charles Bourns (incluso Dan Brown)… a mí me recuerdan los de mis últimos remitentes noctívagos de correo basura: Tyler Goodson, Brian Anderson, Dallas Hadley, Devon Gordon, Ray Handcock, Derrick Joyce… Por variedad que no quede. Me he molestado en verificarlo y siempre son distintos. Ninguno nos escribe nunca dos veces, ni por supuesto nos responde, aunque sus correos electrónicos son con frecuencia una pretendida respuesta (Re:) a uno previo nuestro que nunca existió. Sus motivos son por igual reiterativos y sorprendentes: Herman Aguilar me ofrece un Rolex por 219 dólares; Jillian King promete alargarme un miembro que no tengo y Ferdinand Elmore me supone lesbiana y además floja, puesto que me pronostica que o mejoro o mi chica se va a ir con varios hombres. Sandy Brown –¿será hermana de Dan?– me informa pormenorizadamente sobre las oscilaciones en el precio del petróleo y manda un mensaje cuasicifrado sobre inversiones en Bolsa al respecto, de donde deduzco que quiere exprimir mi torpeza bursátil y fagocitar mis exiguos ahorros.
Pero no sé de qué me quejo: el spam, en realidad, tiene la virtud de resultar extraordinariamente democrático: si no de coche, vivienda, trabajo o derechos, del spam y de la muerte disfrutamos todos por igual. Y bien mirado, es uno de los grandes logros de la sociedad contemporánea, ahora que otros muchos más pretéritos están yéndose por el desagüe; lo que ocurre es que, al igual que todas las grandezas de este mundo y hasta de otros, el spam encierra sus contradicciones. Como el arcano insondable del huevo y la gallina.